Hoy meditamos el Evangelio según San Juan 2, 1-11.
“¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios? Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida (…). Nadie pide a la Santísima Virgen que interceda ante su hijo en favor de los consternados esposos.
Con todo, el corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados (...), la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera (...). Si la señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?”. ¿Qué no hará cuando –¡tantas veces a lo largo del día!– le decimos “ruega por nosotros”? ¿Qué no conseguiremos si nos empeñamos en acudir a ella una y otra vez?
Jesús no nos niega nada; y de modo particular nos concede lo que solicitemos a través de su Madre. Ella se encarga de enderezar nuestros ruegos si iban algo torcidos. Siempre nos concede más, mucho más de lo que pedimos, como ocurre en aquella boda de Caná de Galilea.
El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo: “Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres. Demos un lugar a María, ‘la madre’ como lo dice el evangelista. Y hagamos con ella ahora el itinerario de Caná.
… María, en ese momento que se percata que falta el vino, acude con confianza a Jesús: esto significa que María reza, no va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: “¿Y qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero, entre tanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la hora de Jesús.
María es parte de esa hora, desde el pesebre a la cruz… Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones son también preocupaciones de Dios…“.
Asimismo, el papa Francisco, en ocasión de una Audiencia General dijo: “… Después de comentar algunas parábolas de la misericordia, hoy nos centramos en el primero de los milagros de Jesús, que el evangelista Juan llama ‘signos’, porque Jesús no los hace para suscitar admiración, sino para revelar el amor del Padre.
El primero de estos signos prodigiosos lo relata precisa-mente Juan (2, 1-11) y se rea-liza en Caná de Galilea. Se trata de una especie de “portal de ingreso”, en el cual se han esculpido palabras y expresiones que iluminan el misterio de Cristo y abren el corazón de los discípulos a la fe. Veamos algunas de ellas.
… Las palabras que María dirige a los sirvientes coronan el marco nupcial de Caná: “Haced lo que él os diga” (v. 5). Es curioso, son sus últimas palabras que nos transmiten los Evangelios: es su herencia que entrega a todos nosotros.
También hoy la Virgen nos dice a todos: “Lo que él os diga –lo que Jesús os diga–, hacedlo”. Es la herencia que nos ha dejado: ¡es hermoso! Se trata de una expresión que evoca la fórmula de fe utilizada por el pueblo de Israel en el Sinaí como respuesta a las promesas de la Alianza: “Haremos todo cuanto ha dicho el Señor” (Ex 19, 8). Y, en efecto, en Caná los sirvientes obedecen…
… La conclusión del relato suena como una sentencia: “Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (v. 11). Las bodas de Caná son mucho más que el simple relato del primer milagro de Jesús. Como en un cofre, él custodia el secreto de su persona y la finalidad de su venida: el esperado esposo da inicio a la boda que se realiza en el Misterio pascual.
En esta boda Jesús vincula a sí a sus discípulos con una alianza nueva y definitiva. En Caná los discípulos de Jesús se convierten en su familia y en Caná nace la fe de la Iglesia. A esa boda todos nosotros estamos invitados, porque el vino nuevo ya no faltará.