Algo de esto está pasando con la compleja situación del vertedero Cateura y toda la realidad de la disposición final de la basura, no solo en Asunción y alrededores, sino en todo el territorio nacional. El reciente incendio volvió a poner sobre el tapete la problemática del vertedero, el más grande y organizado –si vale la expresión– de todo el país.
Solo después del lamentable suceso, el Ministerio del Ambiente se preocupó en intervenir el lugar, constatando –según el informe– irregularidades en el manejo de residuos y en el relleno sanitario. Se observó, señala, que no se procede “a la cobertura diaria de los residuos depositados como medida de mitigación para atenuar el impacto de la emisión de olores desagradables, generación de lixiviado, proliferación de vectores y prevención de eventuales incendios” (ÚH/28/09/20). Entonces, ¿quién controla el funcionamiento de un sitio tan sensible para la salud de la población?
En este predio, ubicado nada menos que junto al río Paraguay, principal fuente de abastecimiento de agua potable, ingresan alrededor de un millón de kilos de basura por día. Y como no existe clasificación obligatoria de desechos, en los recolectores, la bolsa de plástico, el vidrio roto y los restos de frutas, se disponen junto con la batería, la jeringa y el foco de bajo consumo.
La situación es mucho más peligrosa de lo que la opinión pública se imagina. Una sola pila de mercurio, muy utilizada en relojes, juguetes y adornos luminosos, puede contaminar 600.000 litros de agua. Mientras que para contaminar una piscina tipo olímpica, de seis millones de litros, solo se requieren 40 pilas alcalinas. La situación es grave.
Ya en el 2015, referentes de la Comisión Nacional de Defensa de los Recursos Naturales del Congreso habían advertido que lo “más preocupante” es el tratamiento de la piscina donde se acumulan los lixiviados (residuos líquidos altamente tóxicos de la basura), y que se encuentra a pocos metros de la laguna Cateura, cuyas aguas desembocan en el río Paraguay. Si este líquido con materiales pesados, por algún motivo, como la falta de control, mantenimiento, inundación u otro incidente, llegara al río tendríamos un desastre ecológico.
Sabemos que el tema es complejo, pues además de la variable económica está la social, con más de mil gancheros dependientes laboralmente de su funcionamiento.
Por ello, en el panorama de acciones deben figurar la necesidad de mayor control del vertedero por parte de las instituciones afectadas, la creación de alternativas laborales para las poblaciones de la zona, la incorporación de tecnología para el mejor aprovechamiento de materiales reciclables, así como la ejecución de programas de clasificación de basuras domiciliaria y comercial, previa campaña de concienciación y provisión de equipamiento requerido, entre tantos otros aspectos.
El vertedero técnicamente ya no da más, lo vienen advirtiendo diferentes administraciones municipales, y tendría que recibir residuos sólidos solo hasta mayo del 2022. No sabemos si esto se cumplirá. Pero está claro que no se puede esperar una desgracia o un desastre para buscar una solución seria y definitiva. Ya no se puede considerar la cuestión ambiental como un relleno de planes y proyectos. Es urgente y vital.
Y en este contexto de sequía, incendios y tanto maltrato al medioambiente, urge dejarse provocar por esa ecología integral de la que habla Francisco en la encíclica Laudato Sí, donde desafía a mirar el cuidado de los recursos naturales no como un enemigo del progreso, sino como componente unido a la justicia y al respeto a la vida humana, sin olvidar a las poblaciones más desfavorecidas. Un desafío que valdría la pena asumir por el bien de todos.