Por Juan Luis Ferreira (*)
Cuando un bebé llora está indicando claramente una necesidad. El refrán mencionado en el Cambalache de 1935 de Enrique Santos Discépolo se ha aplicado de una forma poco solidaria en la gestión pública y en la privada.
Cuando ponemos un parlante con música a todo volumen estamos esperando que el vecino se queje o denuncie. Si no ocurre, entendemos que todo está bien y nos convencemos que probablemente el ruido molesto hasta sea agradable. No suele formar parte de nuestra rutina preguntar antes o considerar las molestias, más aún cuando hay reglas ciudadanas que condenan el hecho.
Todas las instituciones tienen expertos que regularmente preparan concienzudamente el presupuesto, estiman egresos, ingresos y riesgos. Cuando ese trabajo técnico llega al Parlamento se inicia un ajuste de rubros y según el nivel de convocatoria de ciertos grupos que presionan, se prometen aumentos o incorporan beneficios con escasa o nula justificación de las fuentes.
Es la temporada anual que, si coincide con elecciones como ocurre ahora, genera aun mayor desequilibrio. Es legítimo en muchos casos que se reclame. Hay distintas carencias que requieren atención. Hay notorias desigualdades salariales que no corresponden, en muchos casos, nacidas de ese ejercicio organizado y convocante del pedido.
Nuestra acción solidaria enfocada al bien común debe considerar a todos, a los que lloran y a los que no. El liderazgo basado en el servicio debe reemplazar al clientelismo y a todas sus prácticas hermanas. Para ello tenemos varias tareas, muy difíciles hasta el momento. Una de ellas es lograr dialogar y conciliar. La otra es erradicar la arbitrariedad mal empleada. El Parlamento debe respetar lo que recibe y no debe conceder ningún aumento o modificación del destino de fondos que no este solventado genuinamente y que no se encuadre en las prioridades de la nación.
El bíblico “pedid y se os dará” de Mateo 7 es bien diferente. Es una invitación a la oración perseverante y parte de una confianza humilde. Más humildad nos vendría bien a todos porque sus opuestos, como la soberbia, la vanidad y el orgullo llevan mucho tiempo de generar dolor y tristeza. Si soy un líder no es un puesto lo que debo prometer a mi correligionario, debo comprometerme y cumplir con políticas publicas que le beneficien a el y a todos los demás.
La continuación de la frase que encabeza esta columna es “… y el que no afana es un gil” esperemos que sea cada vez menos aplicable.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para considerar y atender a todos.
(*) past president de la ADEC