Todo esto está a la vista para quien tenga ojos y quiera ver, parafraseando la jerga bíblica. Sin intentar un relatorio fatigoso de las demasiadas veces que, por ejemplo, parlamentarios paraguayos viajaron a eventos religiosos financiados con dinero público, entre otras típicas trapisondas de funcionarios del Estado colorado, basta recordar que el ex ministro de Educación Eduardo Petta oficializó el copamiento del lobby evangélico con la gestión entregada a oenegés de orientación evangelista de actividades extracurriculares para niños y niñas, con el apoyo explícito de un sector del empresariado, tal como lo detalla un artículo publicado por El Surti en 2019.
Pero lo que vimos esta semana con el ahora ex diputado colorado Juan Carlos Ozorio y su prófugo pastor José Insfrán es de lo más contundente en materia de involucramiento político y religioso con el crimen organizado: la imagen certeramente esposada de alguien que, solo unas horas ante, detentaba poderes divinos e impunidad manifiesta.
Las relaciones del narcotráfico y crímenes conexos con el evangelismo, sin embargo, no son nada nuevo en el panorama americano, desde lo más alto del mapa hasta Tierra del Fuego. En Brasil se dan, tal vez, los casos más paradigmáticos. Allí de hecho es donde mayor sinergia existe entre el crimen organizado y el pentecostalismo. El Tercer Comando Puro, una facción escindida del Tercer Comando, tiene en sus filas centenares de “mártires” que dan la vida al mismo tiempo por el tráfico de droga y por Dios, liderados por un tipo de sonoro nombre bíblico, Álvaro Malaquias Santa Rosa, alias Peixão (Gran Pez, en referencia al símbolo antiguo por excelencia del cristianismo).
Este grupo criminal “puro” domina el Complejo de Israel, un conjunto de favelas de Río de Janeiro donde —bajo las admiradas banderas del Estado de apartheid de Israel que Peixão ordenó se izaran — prohíbe de manera tajante cualquier manifestación cultural de origen africano como el candomblé y el umbanda, cuyas zonas más arraigadas en la práctica fueron vandalizadas ejemplarmente por los milicianos de Peixão. Este, según pesquisas de la Policía brasileña, fue ordenado pastor de una iglesia de avivamiento y, en uno de sus búnqueres develados por los organismos de seguridad, poseía un precioso ejemplar de la Torá hebrea.
La investigación periodística transfronteriza Paraísos de Dinero y Fe, divulgada en 2020 por Columbia Journalism Investigations y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística, reveló que en Brasil, Argentina, México, Chile y Colombia una buena cantidad pastores pentecostales están involucrados y son investigados por lavado de activos provenientes del narcotráfico y de otros crímenes, cuando no se dedican directamente a estos.
En Paraguay, mientras tanto, Juan Carlos Ozorio aseguró que lo único que lo llevó a viajar cinco veces a Colombia el año pasado no fue nada relacionado con el narcotráfico, sino la íntima necesidad de regocijarse “en los brazos del Altísimo”. Regocijo es una palabra muy usual en la Biblia. El monumental Diccionario Teológico de Gerhard Kittel y Gerhard Friedrich dice que en el Nuevo Testamento tiene un carácter escatológico, de salvación: eso que bien puede esperar Ozorio en el Más Allá, allá él, porque en el más acá no parece haber redención para su turbio regocijo narcopentecostal.