Ubicado en la parroquia de Guayllabamba, a 25 kilómetros de la capital de Ecuador, este zoológico es uno de los de los más grandes del país y hogar de 600 animales, de los que cerca de la mitad llegaron a este centro de rescate como especies víctimas de cacería, tráfico y comercio ilegal o mascotización.
Campaña de ayuda
Un día después de iniciarse la emergencia sanitaria por el coronavirus en Ecuador, el 17 de marzo, la entidad ya pedía en un comunicado donaciones a la ciudadanía para poder subsistir.
Cincuenta días después, esta fundación que dispone de un presupuesto mensual de USD 90.000 en situación normal, se encuentra a punto de agotar sus ahorros y pide a través de una campaña, denominada Zoolidarízate contribuciones mediante transferencia o la compra anticipada de boletos, para que una que vez se levanten las restricciones retornen los visitantes.
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“El Zoológico se autogestiona a través de la venta de entradas y mecanismos comerciales”, explica a su director, Martín Bustamante, antes de lamentar que el modelo financiero de la institución “no es sostenible”, lo que ya advirtieron antes de la pandemia.
En una situación normal 52 personas trabajaban en el recinto a jornada completa, incluidos fines de semana, pero la crisis sanitaria y el toque de queda ha obligado a que en la actualidad haya 22 trabajadores, quince de ellos en el recinto y el resto en oficinas o desde casa.
El Municipio de Quito “ayuda en general con infraestructura y ahora ha hecho un proceso de salvataje”, aclara Bustamante al revelar que ha favorecido la donación de comida para los animales a través del Rastro Camal, “lo que rebaja costos”.
Especies endémicas
Sin embargo, el director del zoológico opina que a la institución le ha tocado asumir una responsabilidad, “sin ninguna transferencia técnica ni financiera” por parte del Estado.
En total, cincuenta instituciones de rescate animal en todo el país reciben unos 3.500 animales al año, pero muchas de ellas como centros privados o fundaciones, como el caso del zoológico de Quito, sin respaldo estatal para poder atender estos casos, se las ven para salir adelante, censura Bustamante.
El último caso, el de un cóndor macho, encontrado hace quince días por vecinos de la localidad del Quinche, al este de la capital, gravemente herido por un perdigón.
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Tras ser trasladado a un hospital veterinario y luego acogido en el zoológico, parece que el ave podrá retomar vuelo en las próximas semanas nuevamente en el páramo andino.
“Trabajamos de manera prioritaria con especies nativas del Ecuador, si son endémicas con mayor atención”, subraya Bustamante a un tiro de piedra de un habitáculo arbolado donde habita un grupo de trepadores mono ardilla, típicos de la región amazónica.
Además de tener un proyecto de atención y reinserción del cóndor, insignia de la bandera ecuatoriana, cuenta con otro paralelo para el oso andino, también conocido como de “anteojos” y especies autóctonas como el tigrillo, el jaguar y tortugas de Galápagos.
Pero el más particular es el olinguito, que lo convierte en el único zoo del mundo con este animal tipificado por la ciencia como nueva especie en 2013.
Justamente las dos hembras de la especie en este zoo han permitido a los investigadores diseñar collares satelitales con los que hoy se rastrean individuos en el noroccidente de Quito, refiere su director.
Cambios de comportamiento
Las restricciones impuestas por el Covid-19 se han visto reflejadas no solo en la ausencia de visitantes y la falta de ingresos, sino que los propios animales tienen conductas inusuales.
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Así, los que eran por naturaleza tímidos, se muestran sin reparo a los cuidadores, y los que eran más propensos a interactuar, están acusando la falta de gente.
Además, el personal debe ahora cuidar la distancia de seguridad a la hora de revisar o colocar la comida a los animales, especialmente a los felinos, tras conocerse de casos de contagio de coronavirus en zoológicos de norteamérica.
El zoológico de Quito espera que la tormenta escampe pronto para poder recuperar la cotidianidad, así como un cambio de modelo para no volver a encontrarse ante el abismo.
“Nuestra Constitución ampara los derechos de la naturaleza, pero eso debe dejar de ser algo nominal, debemos encontrar muestras claras de que la naturaleza tiene sus derechos garantizados, respetados y reparados”, concluye Bustamante.