18 oct. 2024

El reto de la mayor eficiencia pública

La administración de los recursos públicos está cada vez más comprometida. Si bien los ingresos tributarios crecen, permanece la urgente necesidad de acrecentar las inversiones en obras de infraestructura, salud, educación y seguridad, en un entorno incierto, en que los shocks externos pueden hacer tambalear una proyección de indicadores favorables para el país.

Las cifras emanadas del Banco Central del Paraguay (BCP) tranquilizan de cierta manera los renglones de la macroeconomía, ya que la inflación sigue relativamente controlada (en la calle, más bien, se desconoce ese fenómeno, porque el índice de precios se dispara cuando hay que adquirir los productos de primera necesidad), la tasa de política monetaria está en el mismo nivel hace meses sin tomar riesgos y el tipo de cambio golpea, pero no tanto como a otras economías.

Antes que pensar en elevar impuestos (medida vidriosa y que acarreará los más altos reclamos dentro de la producción formal), los tomadores de decisión se recuestan sobre eventuales nuevos endeudamientos públicos, que siempre traen cola a mediano y largo plazo, puesto que serán las generaciones venideras de gente común las que asuman ese compromiso financiero, mediante sus tributos, y se terminará pagando deudas con más emisión.

Pensar en la concreción real de las reformas administrativas prometidas es aún plasmar un panorama iniciático, puesto que todavía faltan etapas para mejorar el sistema de compras públicas, las normativas dentro del servicio civil y los ajustes en la metodología de gastos estatales, es decir, allí donde la prebenda atávica se enfrenta contra el intento de eficiencia que recomiendan organismos multilaterales y analistas varios.

Los recursos que seguirán viniendo por las negociaciones en torno a Itaipú están siendo observados con lupa, ya que lo imperioso es destinarlos a paliar la angustia de muchos sectores vulnerables, carenciados y que aún no fueron beneficiarios de políticas públicas, pero que se perfilan como botín de guerra para sectores de poder con ganas de seguir traduciendo aquellos ingresos genuinos en distribución discrecional para los correligionarios e “inversión” de cara a las próximas elecciones generales, porque se necesita un engranaje considerable de “incentivos” para los operadores en la maquinaria electoral.

Uno de los paliativos ante las incertidumbres constantes que acechan a los países de producción primaria es que en las próximas zafras no se vislumbran impactos fuertes del clima que pudieran afectar los buenos resultados del complejo granero local ni al sector pecuario, por lo que el año que viene se perfila de nuevo un crecimiento similar al que tendríamos al final de este periodo. En ese sentido, la estabilidad macro seguirá su sendero sin mayores alteraciones.

El problema está siempre en la gestión del Estado como tal, en la manera de alcanzar mejores rendimientos y parámetros que nos vayan alejando del círculo vicioso que utiliza los bienes públicos a favor de una minoría detentadora del poder fáctico, cuyo entorno puede orondamente exponer su faraónica vida de placeres, mientras en los hospitales faltan jeringas, las escuelas ven caer sus techos y la inseguridad en la calle sigue haciendo su agosto a costa del desamparo ciudadano.

El golpe de timón debería venir por la arista de una correcta gobernabilidad, donde oficialismo y oposición consensúen en algunos ejes primordiales, se dejen de lado los meros intereses de facciones y las políticas de Estado trasciendan gobiernos de corto plazo. Aminorar el nivel de angurria en las altas esferas es, lo sabemos, tarea titánica: se necesita el hábito de una cultura diferente y la emergencia de líderes honestos y de arrastre, paradigma casi inexistente en el tiempo actual.

El sendero para la mayor eficiencia no debe cargar penas sobre la ciudadanía, cuya energía está bastante mancillada por el deterioro en su calidad de vida.

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