Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional
Desde el inicio del segundo mandato de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, una serie de hechos se han suscitado apuntando que el orden liberal global basado en reglas y liderado por Estados Unidos estaría ante un desafío tan formidable que podría significar una profunda reconfiguración del sistema político y económico global. Además de empezar las conversaciones de paz por Ucrania solamente con Rusia, sin los líderes ucranianos y sin la Unión Europea, el gobierno de Trump ha cambiado el discurso respecto a la guerra ruso-ucraniana, acusando a Kiev de ser la responsable del conflicto. Trump ha adelantado que Ucrania debe hacerse a la idea de que perderá territorio, algo prohibido por el derecho internacional, que suprimió la legalidad de las guerras de agresión desde el advenimiento de la Organización para las Naciones Unidas. Asimismo, el gobierno de Trump ha manifestado que no veía a Ucrania entrando como miembro de la Organización para el Atlántico Norte (OTAN), la alianza defensiva creada en 1949 para hacer frente a la Unión Soviética, afectando así las opciones de política exterior de Ucrania, que vería su soberanía y su seguridad nacional seriamente afectadas por estas decisiones. Al mismo tiempo, Washington está negociando un acuerdo con Ucrania para obtener acceso privilegiado a los minerales críticos y tierras raras ucranianos, necesarios para la fabricación de productos de alta tecnología y armas avanzadas, pero en principio sin garantías de seguridad para dicha nación, dejando interrogantes respecto a la integridad territorial de Ucrania tras un acuerdo de paz con Rusia. Este último país quedaría, hipotéticamente, con las manos libres para ejercer una total hegemonía sobre Kiev, y podría asimismo estar en condiciones de atacar a uno de los países que fueron parte de la esfera de influencia de la Unión Soviética, como Polonia y los países bálticos y hoy son miembros tanto de la Unión Europea como de la OTAN.
Simultáneamente, el Gobierno de Trump ha iniciado medidas de política exterior coercitivas en el Hemisferio Occidental, que cubre todo el territorio de las Américas más Groenlandia. En particular, ha expresado su intención de adquirir dicha isla de Dinamarca, alegando razones de seguridad nacional (desde Groenlandia se puede controlar el tráfico marítimo por el Ártico e interceptar eventuales ataques de adversarios como China y Rusia. De hecho, Estados Unidos ya tiene una base de alerta temprana de misiles en la isla). Del mismo modo, ha amenazado a Panamá con retormar el canal homónimo, alegando que el mismo está controlado por China, forzando al gobierno panameño a abrirse del proyecto de la Franja y la Ruta, que permite a Beijing financiar proyectos de infraestructura a nivel mundial. Asimismo, Washington forzó la venta de los puertos que la empresa de Hong Kong CK Hutchinson tenía a ambos extremos del canal, y aún ha anunciado que Trump solicitó al Pentágono la elaboración de planes militares respecto al canal, no quedando claro si los mismos se refieren a patrullajes en conjunto por parte de ambos países, o si se trata de una eventual anexión del canal por medios militares. Por último, Trump ha declarado que desearía anexar a Canadá y transformarla en el estado número 51 de la Unión, causando un fuerte rechazo del gobierno y pueblo canadienses.
Para comprender mejor la dinámica política que se está desarrollando a nivel mundial y que está desplazando al orden internacional liberal basado en reglas, resulta esencial estudiar el principal paradigma teórico de las relaciones internacionales: el realismo político. ¿En qué consiste este sistema internacional realista que aparentemente se quiere reinstalar?
Básicamente, el realismo en relaciones internacionales se apoya en cinco pilares. El primero de ellos es el paradigma estatocéntrico, que concibe a los estados como principales actores en un mundo anárquico (anarquía implica aquí la ausencia de un gobierno mundial), en contraposición al paradigma liberal, que confiere a las instituciones internacionales, tales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las organizaciones regionales, como la Organización de los Estados Americanos (OEA) y a las instituciones producto de los acuerdos de Bretton Woods en 1944 (Fondo Monetario Internacional-FMI y el Banco Mundial) un rol preponderante en el sistema político y económico internacional. Para el realismo, los estados se comportan de manera egoísta y persiguen solamente su interés nacional, en términos de supervivencia, poder y riqueza.
El segundo pilar es el de las esferas de influencia. Una esfera de influencia es una espacio geográfico (país, región, subcontinente o continente) sobre el cual un estado n tiene un determinado nivel de dominación, sea cultural, económica, militar o política. Una potencia hegemónica puede así influir en la política doméstica y la política exterior de los países al interior de su esfera de influencia, como sucedió con Estados Unidos respecto a América Latina durante la Guerra Fría. De hecho, Estados Unidos elaboró la llamada Doctrina Monroe en un discurso del Presidente James Monroe al Congreso el 2 de diciembre de 1823, afirmando que las potencias europeas no debían intentar volver a colonizar el Hemisferio Occidental, y que América debía quedar para los americanos (se refería al gobierno de Estados Unidos). De tal modo, Estados Unidos ha tenido, a partir de fines del siglo 19, su propia esfera de influencia, que incluyó la promoción y protección de dictaduras, sobre todo desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta el fin de la Guerra Fría en 1991, como método de combatir la injerencia soviética en la región.
Otro ejemplo histórico claro lo constituyó la esfera de influencia de la Unión Soviética sobre todos los países al Este del Muro de Berlín durante la Guerra Fría, entre otros Alemania Oriental, Checoslovaquia, Bulgaria, Hungría, y Polonia. Ante la posibilidad de rebeliones en dichos países, la Unión Soviética no dudó en intervenir militarmente y aplastar los alzamientos populares, siendo casos relevantes la intervención en Hungría en 1956 y la Primavera de Praga en 1968.
El concepto de esferas de influencia se utilizó por primera vez en la Segunda Conferencia de Berlín en 1884-85, donde las grandes potencias literalmente se dividieron África entre ellas. Las potencias más importantes tienden a respetar el área de influencia de las otras potencias, y cuando esto no ocurre, se pueden desatar graves situaciones, como la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. Este es un caso peculiarmente relevante, ya que Estados Unidos toleró la existencia de un estado comunista cercano a su territorio, y por ende dentro de su esfera de influencia, pero no permitió la instalación de misiles nucleares en la isla.
El tercer pilar es el mercantilismo en comercio internacional, un juego de suma cero donde se busca siempre el superávit en la balanza comercial (definida como las exportaciones totales menos las importaciones totales), por ejemplo, por medio de la adopción de aranceles aduaneros, manipulación de la moneda o subsidios a determinadas industrias, reemplazando al libre comercio y la teoría liberal de las ventajas comparativas, juegos de sumas positivas o ganar-ganar, donde cada estado produce y exporta aquello en lo que es más competitivo e importa los productos donde no es competitivo, sin que la presencia de un déficit comercial con otros países constituya un problema mayor. El mercantilismo está claramente presente en la política de aranceles de Trump, como lo está también en los países que han reaccionado a la iniciativa de Washington con sus propios aranceles.
El cuarto pilar, muy afectado por la invasión rusa a Ucrania y la política de aranceles de Trump (esta última viola preceptos de la Organización Mundial del Comercio) lo constituye el concepto de imperio de la fuerza por sobre el imperio del Derecho Internacional, es decir, el Derecho Internacional queda en un segundo plano y es el poderío de cada potencia, global o regional, el que determina la dinámica de la política internacional y la economía política global.
El quinto pilar hace relación con la primacía de la seguridad nacional sobre la seguridad colectiva. Por ejemplo, la OTAN y otras alianzas solamente ocurren si complementan la seguridad y defensa de una potencia hegemónica y sus aliados, pero el principal instrumento de seguridad y defensa de una potencia hegemónica radica en sus propias fuerzas armadas, y en las alianzas tienen un rol absolutamente dominante. Estas alianzas solamente cubren ciertas regiones del planeta, y no a todos los países, como se había planteado en la Liga de las Naciones, organización precursora de las Naciones Unidas. Su principal objetivo es materializar lo que se denomina la doctrina del equilibrio de poder, por el cual las potencias se aseguran de tener suficiente poder militar para contrarrestar a otra potencia, tanto mediante alianzas como por su propio poder militar. En ocasiones, el equilibrio de poder se establece mediante tratados, como los Tratados START para la reducción de armas nucleares entre Estados Unidos y Rusia (el primer tratado se firmó con la Unión Soviética en 1991 pero, al disolverse la misma, Rusia reemplaza a la URSS) y, que, por cierto, vence en menos de un año, en un contexto global marcado por las sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania y los intentos de Donald Trump de conseguir la paz en dicha guerra por medio de concesiones a Putin.
Si bien estos cambios en la configuración del sistema político y económico internacional están en su mayor parte aún en estado embrionario, traerán consecuencias como la pérdida de soberanía de potencias medias o menores, escasez de dólares fuera de los Estados Unidos (como consecuencia de las menores exportaciones a Estados unidos por los aranceles y por la posible necesidad de la Reserva Federal de mantener las tasas de interés altas para combatir la inflación en Estados Unidos como consecuencia de los aranceles y, consecuentemente, tipos cambiarios desfavorables. Queda por ver si, ante la evidencia de desestabilizaciones regionales políticas y económicas, los líderes de las principales potencias establecen un mecanismo de diálogo entre ellas, similar al establecido tras la derrota de Napoleón, o el establecido entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, con el objeto de mantener la estabilidad y previsibilidad del nuevo sistema, hasta donde esto sea posible.