23 nov. 2024

El romance de la derecha con Trump

La victoria de Trump dejó exultantes a los exponentes de la mayoritaria derecha nativa. Parlamentarios cartistas se mostraron con quepis con el lema “Make America Great Again”, como si fueran ciudadanos de ese país. Un júbilo tan grande que les hizo olvidar sus recientes alardes de soberanía. Tienen la esperanza de que Trump levante las sanciones que pesan sobre su líder.
En realidad, no se trata de un fenómeno exclusivo del conservador Paraguay. El triunfo de Trump está siendo celebrado por las derechas latinoamericanas como propio. Es un formidable impulso para una alianza internacional de las nuevas corrientes de la derecha dura continental que se inspiraron en él. Entre esos líderes se cuentan el brasileño Bolsonaro, victorioso en 2018; el salvadoreño Bukele, en 2019; el chileno Kast, que en 2021 obtuvo el 44% de los votos; el argentino Milei, convertido en presidente en 2023; además de otras figuras emergentes.

Es una nueva derecha diferente a la tradicional, de base conservadora, tecnócrata en lo económico, pero respetuosa de las instituciones democráticas y capaz de establecer coaliciones con sectores de centro y más liberales. Es el caso de Mauricio Macri en Argentina, de Sebastián Piñera en Chile, de Juan Manuel Santos en Colombia o de Carlos Mesa en Bolivia. El trumpismo ha dado aliento a corrientes mucho más radicales, que rozan el autoritarismo y tienen un proyecto estratégico colmado de elementos neofascistas.

Es un populismo de ultraderecha, conceptualmente difuso y en expansión, que supera la clásica dimensión socioeconómica del conservadurismo, como la defensa de la propiedad privada, el mercado y el empresariado, y carga las tintas sobre temas socioculturales, como la educación sexual, los derechos sexuales y de los grupos LGTBI. Esto le permite sumar a sectores populares que son conservadores en temas morales y contar con el apoyo —nada despreciable en Latinoamérica— del fundamentalismo cristiano, tanto católico como evangélico. El lema Con nuestros hijos no se metan sirvió de magnífico pegamento a dos iglesias con mutuo mal de ojo.

Trump no fue el creador de este engendro —que venía creciendo desde antes en Europa con partidos ultranacionalistas, odiadores de la multiculturalidad, xenófobos, islamófobos, antifeministas y antiambientalistas—, pero sí fue un potenciador magnífico de sus ideas. Que se expandieron a Latinoamérica, una región con muchos menos problemas de inmigración descontrolada, donde los grupos de ultraderecha decantaron el debate hacia políticas culturales: la supuesta ideología de género, la Agenda 2030, el globalismo.

Estas nuevas derechas crecieron electoralmente por el agotamiento gradual del ciclo de hegemonía de las fuerzas de izquierda iniciado en la primera década de 2000 y golpeado por el fin del auge del precio de las materias primas, el aumento de la inseguridad pública y los escándalos de corrupción de varios gobiernos.

Sin programas cautivantes, la izquierda también se ha dejado ganar por un marketinero discurso de la derecha —“secuestro semántico”, lo llaman—, que les permitió apropiarse de sus términos y banderas. Con mensajes agresivos, ahora la derecha es “antisistema”.

Sin duda, el triunfo de Trump fortalecerá esa red internacional del conservadurismo radical. Han pasado de denunciar durante años al Foro de São Paulo como una conspiración global de los izquierdistas latinoamericanos, a organizar múltiples espacios de articulación, como el Foro de Madrid, que reúne a lo más granado de la ultraderecha de Sudamérica. Paradójicamente, su propio globalismo resulta aceptable.

No son buenas noticias para la democracia. Es esta una derecha en contra de los derechos. Opuesta a una conquista trascendente de las últimas décadas: la inclusión de grupos y comunidades históricamente marginalizados. Y predispuestos a limitar las libertades de expresión y asociación. Ya lo hemos dicho. Se vienen tiempos recios.

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