Cuando lo demencial en la vida social cotidiana se vuelve demasiado frecuente, todo tipo de insensatez cabe y hasta parece una obra de ingenio cuando en realidad solo constituye una estupidez más. Eso pareciera ser la propuesta que recala en estos días en el Congreso usando tal vez una genuina preocupación combinada con un maniobrero populismo –hasta irrespetuoso con los maestros– para plantear que los salarios de los legisladores se reduzcan al valor nominal de un docente de doble turno (un promedio de G. 5.000.000 y monedas).
La idea resultó –resulta– atractiva y hasta es defendida por muchos políticos y no políticos, generando lógicamente el rechazo de otros. Probablemente, la iniciativa del senador liberal ñeembuqueño Víctor Ríos suene y hasta sea interesante, pero el contexto, el modo y la lógica con la que se la impulsa no pasa de constituir apenas una anécdota.
Es verdad que, en un país en extremo desigual y empobrecido como el nuestro, los parlamentarios ganan mensualmente, con absoluta inmoralidad, entre dieta y otros beneficios poco más de G. 40 millones, mientras que un docente lo hace en el mismo tiempo y tal vez con más trabajo y esfuerzo ocho veces menos. Ante esto pareciera no haber discusión posible. Sin embargo, la solución no viene por la vía propuesta. Entendibles las argumentaciones, pero no puede tomárselas en serio. ¿Por qué? Por muchas razones, pero coloquemos una simple: si verdaderamente le interesara el bajo salario de los educadores ya hubiera promovido una medida similar hace años (este no es el primer mandato parlamentario del legislador azul). Además, si ese es el interés, debería proponer leyes que eleven el salario docente a lo que vale y no mantenerlo para bajar el de sus pares del Congreso como castigo. Estas cosas no se manejan de este modo si el propósito es serio. Y en este caso ni siquiera lo exime aquello de “por lo menos propone algo”. Que lo haga bien, para eso se le pagan mensualmente más de G. 40 millones.
La propuesta que va muriendo porque será rechazada sin el más mínimo análisis, también propone reducir el salario de los consejeros de entes binacionales y parlasurianos al mismo rango que el de un profesor. Esto también sigue la misma suerte que el resto de la idea, es absurda porque yerra el camino. En todo caso, debe reducirse la dieta a valores razonables que permitan una vida digna y cómoda, sin mayores lujos, para los hoy políticos de profesión; y elevar con los mismos parámetros para los docentes y demás trabajadores del país.
La propuesta –que de por sí ya parece una broma– también provocó reacciones risibles de parte de algunos senadores, entre ellos, los colorados Enrique Riera y Lilian Samaniego. Su mejor defensa fue: yo vivo de mi salario. Deberían recordar estas cosas cuando debaten y se oponen a que las empleadas domésticas deban ganar salario mínimo.
Los políticos necesitan dejar de creer que los populismos son conducentes. Las personas necesitan vivir y para eso debe haber trabajo y buena remuneración.
Que los parlamentarios tienen que reducir sus dietas, es un asunto urgente y necesario. Bajarla en un 50% sería un buen modo de demostrar que realmente les importa la gente, el país y la política. Sin embargo, proponer el absurdo de bajarlo al actual salario de un docente es hasta pelotudo. Lo que gana un profesor no sirve de mucho, no se condice con el nivel que se necesita ni con el esfuerzo que se despliega.
Cuando se asumen estos debates sin contexto ni función social, política y económica, siempre me recuerdan a quienes hablan de vocación para no pagar lo que vale el trabajo de las personas. Muy parecido a la situación generada en las discusiones sobre el pago a las trabajadoras domésticas.
Todos los trabajos tienen su esfuerzo y su desgaste, por lo que corresponde una retribución equitativa y justa, ni más ni menos.