Susana Oviedo
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A Magdalena López, fundadora del Grupo de Estudios sobre Paraguay, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), le pedimos un análisis de las recientes elecciones generales celebradas el 22 de abril último. Para empezar, resaltó que el Tribunal Superior de Justicia Electoral, que es un órgano fundamental para la democracia, “no es democráticamente elegido”. Se constituye por un acuerdo entre élites en el que no participa ningún mecanismo democrático, dice. También le llama la atención que se deje el control de los votos a los partidos más grandes y a la tercera fuerza, el Frente Guasu. Hecha estas observaciones, le planteamos cuanto sigue:
–¿Qué resaltaría si tuviera que hacer un análisis del proceso eleccionario último, que coloca de nuevo al país bajo conducción del hegemónico Partido Colorado?
–Que la gente vota por una cantidad de razones que, por lo general, la teoría no entiende. La gente vota movida por pasión, comprada, coimeada, manipulada irracionalmente. Tenemos el elector que tenemos, no el elector que queremos. El elector que tenemos es relativamente pobre, porque nuestras sociedades están empobrecidas, son sociedades desiguales, con poco acceso a la educación con racionalidad. Si bien casi toda América Latina redujo el analfabetismo, hay gente que es analfabeta funcional, es decir, que puede leer y escribir, pero no comprende con profundidad, por ejemplo, un programa político.
–¿Es lo que notó en los comicios recientes?
–Y la gente está muy ocupada en la supervivencia cotidiana, por lo tanto no tiene tiempo para ponerse a leer 50 propuestas. Termina votando al candidato que logró el jingle más pegajoso, el “Marito, Marito de la gente”, que los niñitos lo cantaban, y en ese contexto, para mí, es muy claro no esperar un resultado diferente al que se alcanzó.
–En síntesis, no le sorprende el resultado.
–No. Siempre pensé que ganaba Marito, aproximadamente, en torno a un 8%. Nunca me creí el 20 a 25% que daban las encuestas. Me parecía irracional, además, no me daban los números. Yo vengo siguiendo las elecciones paraguayas desde hace mucho tiempo y el caudal de nuevos votantes no daba para que el colorado peque ese pico de votos. Tampoco pensé que el Partido Verde le iba a robar casi 4% de los votos. Esos votos hubieran ido directamente al caudal colorado.
–¿Qué nos dice respecto a la propuesta de la oposición con la Alianza Ganar, encabezada por el PLRA?
–Bueno, el tema es que eligieron a Efraín Alegre, uno de los candidatos menos felices que podían haber elegido. Alguien que venía pegado a una mala gestión durante el luguismo; que estaba pegado a la destitución de Lugo. Un candidato mal preparado para conquistar al voto de los inconquistables, que son los difíciles. Que no son los que votan por el PLRA ni por la ANR. El inconquistable es el otro, casi siempre más urbano, más leído, más formado. Y Efraín Alegre no es un gran convocador de ese grupo. Hasta Leo Rubin podía haber sido más, pero tenían que haber invertido la fórmula.
–¿Qué opina de la campaña de la Alianza Ganar?
–Me parece que fue muy pobre. Había desacuerdos estructurales entre el presidente y el vicepresidente. Cada vez que los entrevistaban juntos, era como un choque de ideas. Uno decía estar a favor de la despenalización del aborto, otro que no. Uno, pro familia; el otro pro derechos. Era muy inconsistente. La Alianza armó un programa de gobierno que entregó 10 días antes de las elecciones. Tenía 82 páginas, me lo leí todo, al igual que el de Marito, con propuestas plasmadas en 41 páginas. La de la Alianza parecía el programa extendido de Marito, cuyo equipo asesor lo había sacado muchísimo antes.
Las dos propuestas estaban muy poco trabajadas. Había cosas que eran casi íntegramente iguales. Lo que sí queda claro es que Marito es Mario Abdo Benítez, que es su padre, y Alegre no tiene ese pecado de origen dictatorial. Pero hay que destacar de Marito que se sometió a elecciones democráticas varias veces, por lo que no se le puede acusar de dictador. Es el hijo de un aliado de la dictadura, beneficiado por este sistema y, probablemente, con aprecio a las formas dictatoriales, pero hasta ahora él es se ha acomodado a la democracia, lo que atribuyo a un reciclado que tuvo la clase política durante la transición. Los stronistas se reciclaron en demócratas.
–¿Por qué se sigue votando al Partido Colorado?
–Porque hay un arraigo cultural muy fuerte. El Partido Colorado al igual que el Partido Liberal ya no es un partido ni de clase, ni un partido geográficamente estanco. Está en todo el país, lo votan pobres, clase media, clase media alta, los ricos. Cada uno con intereses distintos, cada votante le pone a sus candidatos las características que quiere que tengan. El coloradismo tiene esa retórica nacionalista fuerte que representa una fuerza enorme en Paraguay. Ahí hay una llamada a las clases más populares, que son las más violentadas por este sistema y que deberían ser las que más reaccionen. Y a la vez sostiene una representación de los intereses de los grandes hacendados y la agroproducción a gran escala que es la que también lo vota, más por un plan político.
–Más allá de estas elecciones, ¿por qué parece difícil construir un proyecto alternativo al Partido Colorado, habiendo todo un arco de movimientos y partidos de extrema izquierda de centro, etc.?
–Hay dos formas de responder a esto: una es más institucional y tiene que ver con el sistema electoral, y la otra es más política, y tiene que ver con la gobernabilidad. El sistema electoral paraguayo es supertraidor. Hay que modificarlo. Fuertemente impulsa que los dos partidos tradicionales sean los contralores de todo el proceso electoral, desde el financiamiento original hasta el resultado final de que se guarden las actas y no los votos, todo lo que pasa ahí es de un grado de empoderamiento de los dos partidos más grandes, que destruye a los más pequeños. Todo esto hace que el Partido Liberal en vez de unirse a la oposición termine siendo funcional al Partido Colorado.
Este gana porque lo votan. Por lo tanto, uno tiene que generar una alianza que sea lo suficientemente inspiradora que le arrastre votos al Partido Colorado. Y eso es de un grado de dificultad increíble.
–¿Qué otra opción hay?
–Hacer participar a ese 32% del padrón que no participa nunca de las elecciones. El Partido Colorado está ganando bien dentro de la democracia que el Paraguay construyó y con las reglas que lo benefician.
Por otro lado, destronar al Partido Colorado no quiere decir sacarlo de la presidencia. Eso ya ocurrió con Fernando Lugo (2008), y no funcionó. Destronar al Partido Colorado es sacarlo de las estructuras de poder cotidiano, descoloradizar la burocracia del Estado, por ejemplo. Todos los sectores del Estado paraguayo son colorados. Por eso, pienso si no sería mejor democratizar al partido.