03 mar. 2025

El sistema tendrá otro Lalo

Los chats del finado diputado Lalo Gomes con autoridades de todos los poderes del Estado y sus diferentes estamentos siguen impactando. Su teléfono es una cantera interminable de información que retrata cómo funciona la simbiosis del poder institucional sometido al crimen organizado.
Lalo era un capo. En todas las acepciones posibles de la palabra. Las conversaciones lo muestran como una persona afable, que ordenaba a las autoridades en tono amigable, mayormente, aunque entre los suyos daba rienda suelta a su verdadero ser. Hay conversaciones tenebrosas, como cuando amenazó con “romper a Lorena Ledesma”, fiscal antidrogas que llamativamente fue derivada a una Unidad de Medioambiente, en un intercambio con Hugo Batista, director regional de la Senad. Sí, el diputado, una autoridad nacional, se refería así en ese tono con un policía antidrogas, otro funcionario público.

O cuando llamó al jefe Antisecuestro, Nimio Cardozo, a pedido del dirigente deportivo imputado por lavado de dinero del narcotráfico, Diego Benítez, para “levantar un paciente de la calle”. Se refería al testigo clave del caso Marco Trovato, en un asunto deportivo.

Sí, el diputado utilizaba a la Policía para fines espeluznantes.

También se apunta en esta tétrica lista las amenazas del hijo del finado, al entonces diputado suplente Santiago Benítez. Alexander, mucho menos amable y más directo en sus expresiones, escribió: “Si pillo que es Santiago lo voy a hacer volar”.

La influencia de Lalo se daba en todas las áreas. Salvaba a fiscales corruptos en función del diputado Orlando Arévalo, que operaba en el Jurado de Magistrados, quien negociaba con los demás miembros. Definía la elección de fiscales y jueces. Era prestamista, nexo para todo tipo de negocios, pagaba el asado de los militares, compraba armas de los militares, los hoteles de los uniformados. Con un chat conseguía que sus amigos narcos no entren al calabozo, trasladaba policías. Decidía qué comisarios debían ascender o ser nombrados, o supervisores para dirigir la educación pública. No había funcionario que se opusiera a sus pedidos. Todos le obedecían con palabras elogiosas, serviles. “A tu orden”. Los tenía comiendo de la mano.

Hasta ahora no apareció un solo chat en el que alguna autoridad le haya dicho no.

DIDÁCTICO. Los mensajes del diputado Lalo Gomes, abatido en un allanamiento policial, confirman las razones de por qué Paraguay se encuentra entre los cuatro países con mayor índice de crimen organizado a nivel mundial. No solo por su punto estratégico en términos geográficos, su producción de marihuana o la facilidad para lavar el dinero, sino principalmente por su corrupción institucional y su impunidad. El Lalo Gate es la prueba, el mapa para entender.

La estructura de protección institucional a las mafias sigue intacta. La renuncia obligada de Orlando Arévalo como diputado no alcanza. De hecho, el cartismo lo aprobó con rapidez no con la intención de depurar el sistema, sino para bajar la espuma del escándalo. Gatopardismo le llaman.

El presidente Santiago Peña, cada vez más cerca de la caricatura, ni siquiera se animó a opinar. Es más, ni siquiera cambió a dos altos funcionarios (los hermanos Marcos y Liliana Alcaraz, en cargos claves en Inteligencia y Seprelad), a pesar de las groseras vinculaciones.

La cumbre de poderes fue un fiasco y el Jurado de Magistrados, que avaló todos los pedidos de Lalo, continúa como si nada. De hecho, asumió la presidencia el ministro César Garay, que en su larga y gris gestión en la Corte Suprema no ha mostrado algún atisbo de independencia del poder político.

Como corolario, el juez Osmar Legal, que denunció los chats, ahora está investigado por los mismos fiscales que fueron asignados para investigar a Lalo. El fiscal general fue diligente ante el pedido del ex diputado Arévalo, mientras las causas que envuelven al legislador abatido siguen su ritmo cansino.

LA PERVERSA POLÍTICA. En medio de este escándalo, la ANR pretende embarullar el ambiente con la sobreactuación de su internismo. Se miran y se acusan. Todos pretendiendo endilgar el muerto y sus chanchullos a su adversario coyuntural. Porque todos aparecen salpicados de alguna manera porque todos se beneficiaron de sus aportes. Lalo ponía dinero para las campañas, entre ellas se menciona el millón de dólares para Mario Abdo Benítez.

Tras convertirse en diputado, y ante la derrota de su movimiento, se hizo cartista. Y está a la vista que la política fue su mejor negocio, y para ello hay que ser oficialista siempre. Como le dijo su hijo Alexander, preso por lavado de dinero y asociación criminal, “tenemos que estar en el poder”.

No hay que tener ilusiones. No sucederá nada que cambie las cosas. No habrá cambios relevantes para modificar esta humillación institucional porque las cabezas saben que el Lalo Gate es apenas una pausa, que los suculentos negocios turbios retomarán su curso natural cuando pase la indignación ciudadana. Que cuando pase el escándalo, otro Lalo ocupará el lugar de Lalo y los teléfonos seguirán sonando.

El sistema está a salvo.

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