Por Andrés Colmán Gutiérrez y Juan José Brull
HUMAITÁ - ÑEEMBUCÚ
La larga y oscura grieta que se abre en medio del caminero que conduce a las históricas Ruinas de Humaitá parecen las secuelas de un terremoto, pero en realidad son el resultado del hundimiento del terreno, por efecto de las lluvias y la inundación.
La grieta y el hundimiento fueron detectados en mayo de este año y los pobladores pidieron auxilio a las autoridades del Gobierno nacional. Miembros de una comitiva especial, encabezada por el ministro de Emergencia Nacional, Joaquín Roa, con varios técnicos de Obras Públicas, Secretaría Nacional de Cultura y la Entidad Binacional Yacyretá, acudieron en seguida, comprobaron que había “grave peligro de derrumbe”, hicieron promesas de realizar “reparaciones con urgencia”, pero desde entonces nunca más regresaron.
ESPERA. Casi seis meses después, los pobladores siguen esperando que el Gobierno envíe a sus expertos a reparar el hundimiento del suelo. En este tiempo, la grieta ha crecido un poco más.
“Tenemos miedo de que un día amanezca y ya no veamos en pie a estas preciosas ruinas, que resistieron heroicamente el más feroz bombardeo de los aliados durante los primeros años de la guerra, y que también vencieron al tiempo, pero ahora podrían caer por culpa de la desidia de nuestras autoridades”, dice la profesora Vicenta Miranda, principal defensora y promotora de la rica historia de Humaitá.
A 341 kilómetros al sur de Asunción, Humaitá fue edificada como fortaleza a orillas del río Paraguay en 1778, para defender al país ante el avance de naves hostiles desde el Río de la Plata.
Durante la Guerra de la Triple Alianza fue el punto estratégico que los aliados no pudieron atravesar durante mucho tiempo. La imponente iglesia de San Carlos Borromeo fue casi demolida a cañonazos, pero sus muñones quedaron como la más heroica señal de resistencia.
GUARDIANA. Educadora de profesión y vocación, Vicenta Miranda es otra de las “guardianas de la memoria”, una persona que ha dedicado su vida a recolectar objetos y reliquias de la guerra, y que las cuida con máximo cariño.
En su vivienda particular, en Humaitá, dirige el Museo Privado Don Maximino, en homenaje a su padre, a quien acompañó desde niña en las excavaciones en los sitios históricos, de donde fueron rescatando armas antiguas, balas de cañones, botellas, herrajes, prendas personales de la época de la guerra.
El museo está siempre abierto al público. Entre sus objetos más preciados Vicenta exhibe un kygua vera (peineta de mujer con incrustaciones de piedras preciosas), una diminuta plancha de acero y tinteros que probablemente los usaba el propio mariscal López para escribir sus cartas y proclamas.
Ella ha colaborado además en la modernización del Museo de Historia que funciona en el ex Cuartel del mariscal Francisco Solano López, en Humaitá, y en la revitalización de todo el lugar histórico, en 2011, durante la gestión de la entonces ministra de Turismo, Liz Crámer.
Muchas de esas mejoras que se lograron hoy se están perdiendo por falta de recursos para el mantenimiento. Una pasarela de acceso a un mirador sobre el río se ha roto y debió ser clausurado. El propio local del museo exhibe falencias en su estructura. Pero la situación que más preocupa es la amenaza de derrumbe de las célebres ruinas.
OLVIDO. “Nos duele conmemorar los 150 años del inicio de la guerra en estas condiciones de mucha precariedad y olvido por parte de las autoridades”, destaca Vicenta Miranda.
Quienes más ayudan a promocionar la significación de los sitios históricos de la uerra son personas de la misma sociedad civil, como los miembros de la Asociación Cultural Mandu’arã, cuyos directivos Eduardo y Mateo Nakayama hicieron una investigación y reconstrucción en 3D de la Fortaleza de Humaitá.
“Gracias al interés y a la colaboración de esta gente estamos manteniendo viva la llama de la memoria”, reconoce la profesora Vicenta.