El descubrimiento del té viene acompañado de una leyenda china que cuenta que, hace más de 4700 años, mientras dormía plácidamente el emperador Seng-Nung en su jardín bajo la sombra de un árbol silvestre, cayeron unas hojas dentro de la olla donde los sirvientes hervían agua para servir al soberano, quien había extendido la orden a la población de llevar a ebullición siempre la que era para consumo.
Al beber el agua donde las hojas de té silvestre habían caído, el emperador se sintió reconfortado y con una especial sensación de bienestar, por lo que instituyó a partir de entonces la infusión como una bebida saludable entre sus siervos. El té había nacido con esta leyenda en China, donde fue tan preciado que se llegó a utilizar como moneda de cambio a un alto valor.
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Paralelamente al desarrollo del mercado de esta bebida, alfareros y herreros comenzaron a elaborar elegantes utensilios y juegos en porcelana, esmalte y oro que constituían un verdadero indicador de riqueza y donde se consumía la aromática bebida no solo por sus propiedades medicinales, sino también por placer.
Origen y expansión del té
El té pertenece a la especie Camellia sinensis, una planta cuyas hojas son usadas para la infusión. Camellia es el nombre del género otorgado en honor a Jiri Josef Camel, misionero jesuita y botánico del siglo XVII que introdujo las plantas de camelia desde Filipinas a Europa, mientras el término sinensis se relaciona con el lugar de origen de la especie, que en latín significa “China”.
Su arbusto es de porte bajo, follaje perenne y ampliamente ramificado. En condiciones silvestres, alcanza los 10 a 12 metros de altura; en plantaciones comerciales, el árbol se poda continuamente, lo que limita su crecimiento a entre 1 y 1,5 metros. Las hojas tienen forma oval-oblonga, de color brillante, glabras (sin pelos ni glándulas) y miden entre 5 y 10 centímetros de largo por 2 a 4 centímetros de ancho.
La especie Camellia sinensis, conocida desde hace siglos, es nativa del sur de China y sudeste de Asia. Su consumo y tradición se introdujo primero en Japón en el siglo VI a. C., mientras que en Europa lo llevó Marco Polo a mediados del siglo XIII.
La Compañía de las Indias Orientales inició su comercialización en toda Europa en 1600 e introdujo su consumo también en América. Durante el siglo XIX se establecieron grandes plantaciones en África, mientras que en Sudamérica la producción se inició a comienzos del siglo XX. Argentina, actualmente, es su mayor productor.
La decisión británica
José Miguel Coleto Martínez, catedrático de la Universidad de Extremadura e ingeniero agrónomo y forestal, explica cómo sucedió la diversificación definitiva entre el té y el café. Según Coleto, en el siglo XIX hubo una lucha enorme entre estos dos, sobre todo en el Reino Unido. “Pero el Imperio británico no generaba suficiente café, porque, aunque tenía numerosas colonias, solo lo producían en Jamaica, así que lo tenían que comprar a otros países”, añade.
El ingeniero señala que en el siglo XVIII, “en el Imperio británico se tomaba el café en una proporción del 60% frente al 40% que optaba por el té. Pero en 1867 llegó el desastre y en unas semanas el hongo de la roya del café lo destrozó todo, por lo que tuvieron que recurrir a los imperios extranjeros”.
Tras este desastre, “se realizó una campaña nacional publicitaria, la primera de un producto alimentario, con el fin de que todo el Imperio británico bebiera té en lugar de café”. De esta manera, los ingleses cambiaron de costumbre y el té inglés se hizo popular en todo el mundo como el conocido “té de las 5:00”.
Actualmente, el té se cultiva tanto en ambientes tropicales como subtropicales y los países con mayor producción son China, India, Kenia, Sri Lanka, Turquía, Vietnam, Irán, Indonesia, Argentina y Japón.
Variedades y propiedades
De forma general, el té se puede clasificar en cuatro categorías principales: blanco, verde, oolong y negro, que se refieren al nivel de oxidación en su elaboración.
Luz Edith Cristóbal Huamán, del Instituto Santa Rosa de Perú, en su estudio sobre el té, señala que la oxidación es natural y cambia el color y el sabor de la hoja. Para iniciar este proceso, los brotes frescos se enrollan (a mano o a máquina) para romper la superficie de la hoja de modo que el oxígeno reaccione con las enzimas de la planta. El té negro y rojo están completamente oxidados; el oolong, parcialmente; y los tés verdes y blancos, no lo están.
“Cuando menos se oxida un té, más ligero será en sabor y aroma. Los tés fuertemente oxidados producen una infusión oscura, roja, de color marrón rojizo, mientras que los menos oxidados dan un licor ligero y amarillo-verdoso. Al exponer selectivamente las hojas al oxígeno, los productores extraen ciertos sabores y aromas, es decir, el proceso de oxidación determinará muchas de sus características”. “Cuando menos se oxida un té, más ligero será en sabor y aroma. Los tés fuertemente oxidados producen una infusión oscura, roja, de color marrón rojizo, mientras que los menos oxidados dan un licor ligero y amarillo-verdoso. Al exponer selectivamente las hojas al oxígeno, los productores extraen ciertos sabores y aromas, es decir, el proceso de oxidación determinará muchas de sus características”.
Entre los beneficios generales están su aporte para rebajar el colesterol y sus beneficios en las dietas alimenticias, aunque cada clase tiene propiedades específicas.
El té verde, cuyas hojas se han fermentado rápidamente después de haber sido recogidas, es el favorito en Asia y no está oxidado, por lo que tiene gran cantidad de antioxidantes que combaten el envejecimiento.
El té blanco, elaborado con las hojas más jóvenes, incluso con las yemas, tampoco es sometido al proceso de oxidación, por lo que tiene muchas más propiedades antioxidantes que el verde y se considera un potenciador de la memoria, además de ser bueno para mantener la salud de los dientes y elevar el nivel de energía física.
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El proceso de oxidación en el oolong o té azul es parcial, por lo que las hojas quedan semifermentadas al haber estado sometidas a un proceso más corto que el té negro. Poor eso, contiene menos antioxidantes que los tés más claros y es recomendado como digestivo, astringente contra diarreas y diurético.
Por último, el té negro es muy popular en los países occidentales. Está bastante procesado y es el que contiene más teína y taninos, por lo que resulta el más estimulante de todos y proporciona buenos resultados para tratar diarreas; sin embargo, no es aconsejable en casos de estreñimiento. Ayuda a mantener la salud cardiovascular y, sobre todo, es un gran diurético.
Por Isabel Martínez Pita / EFE Reportajes.