El tío Juan está preocupado. Sabe que se aproximan las elecciones y sigue con dudas sobre por quién o quiénes votar. “¡Otra vez hablando de política!”, dicen los familiares, mientras preparan la merienda.
Docente jubilado y amante de las tertulias. Al hombre de zapatillas de cuero, no le resulta fácil elegir. Quiere hacerlo de manera responsable. Tampoco para sus amigos es tarea simple; esos de los que siempre habla y con los que él discute y hasta se enoja en ocasiones, pero aprende, dice.
El fanático aurinegro tiene años y libros acumulados en su historial, y conoce de la cruda realidad. Salvo honrosas excepciones, sabe que los políticos en campaña “no pueden ni deben decir la verdad”, expone sin tapujos.
Cada candidato es un producto para la venta, con su márketing a cuestas. Estos hombres y mujeres que buscan esos votos son los más felices del mundo, a juzgar por las fotografías y gigantografías que pululan por redes y avenidas, las cuales los muestran siempre sonrientes, contentos y hasta vigorosos; una varita de Photoshop les ha tocado.
Y sigue con su reflexión. Tristemente deben evitar ser sinceros, el “sincericidio” lo llaman. Y sobre problemas del ciudadano de a pie deben asegurar tener la solución, esa de la que todo el mundo habla y suena perfecta, pero que en muchos casos ellos saben es inaplicable. Entre medio estarán sus propios correligionarios exigiendo “derecho” a cupos para cargos, sus amigos empresarios que apoyaron la campaña y “se merecen” unas licitaciones; y hasta el gobierno extranjero que ya negoció con ambos sectores. Él es hombre de calle y sabe que ante la corrupción no hay banderas. Juan está preocupado pero no desesperado. Llamativamente, esta realidad de la política, con sus contadas excepciones, no le sumerge en la desesperanza y ni el escepticismo. Y es que Juan no está solo. Tiene gente en quien confía y le sostiene en su cotidiano. “Son amigos de años, me ayudan. Algunos hacen política”, comenta ante hijos y nietos, y recuerda un diálogo con ellos: “El poder es para servir al otro en su necesidad real”. Es la política que él defiende y promueve con orgullo.
Juan confía en la educación como una gran posibilidad para salir adelante. Dice tener claro que más allá de quien resulte ganador en estas elecciones, el compromiso de trabajo, responsabilidad y honestidad será siempre el de uno mismo en la circunstancia en que le toque estar. “La honestidad es desafío para cada día”, afirma. “Construye de verdad, quien ama de verdad”, expresa rememorando sus años de docente.
Es admirador de Tomás Moro (1478-1535), quien afirmaba que “el hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral”, y que murió decapitado por defender sus convicciones. “Ejemplo de la libertad de la persona frente al poder político”, repite siempre. El tío Juan defiende el diálogo como herramienta clave de cualquier avance, incluso con aquellos que pertenecen a ideologías contrarias.
Va al escritorio, recoge un papel y lee: “Se puede no estar de acuerdo con el voto o la propuesta de otro, pero eso no implica rechazar a la persona”. Es el comunicado de una comunidad eclesial a la que es afecto. De hecho, Juan desde siempre ha sido un defensor de las libertades; de la libertad de educación de los padres a los hijos; de la libertad religiosa, así como de la defensa de la vida de los más indefensos, aquellos no nacidos, y de la familia natural como núcleo de la sociedad.
El tío Juan está preocupado, pero no se cansa de buscar. Desea criterios adecuados y razonables para el voto responsable. Si bien el voto es personal, el proceso para una madurez de decisión también pasa por un debate razonable. Dialogar poniendo sobre la mesa todos los factores en juego, las luces y sombras, el deseo de verdad y de justicia, las realidades de nuestro tiempo, etc., sea con amigos o en la familia, es una propuesta interesante, necesaria y hasta saludable para nuestra sociedad. El tío Juan aquella tarde nos dejó esa lección.