21 nov. 2024

El trumpismo y la ultraderecha

Las recientes elecciones regionales de Turingia y Sajonia, en Alemania, confirmaron la tendencia global de surgimiento de una nueva derecha en la política. El caso es particularmente simbólico por tratarse de una derecha que, en ocasiones, reivindica el nazismo. En un país en el que se ha hecho un enorme esfuerzo por dejar atrás esa etapa vergonzosa de su historia.

Las arriba mencionadas elecciones tienen una característica propia del ascenso de la ultraderecha europea, por oposición a otras manifestaciones de esa corriente a nivel global. Nos referimos al hecho de que, en Europa, el ascenso de la nueva derecha está asociado al surgimiento de nuevos partidos que pasan de los márgenes del sistema, con porcentajes de votos mínimos, a ocupar espacios cada vez más significativos. El caso más paradigmático, por su ya larga trayectoria es el del Reagrupamiento Nacional francés, que ya ha llevado dos veces a su candidata Marie Le Pen a la segunda vuelta presidencial y detenta un número importante de diputados en la Asamblea Nacional.

En América Latina, el ascenso de esta nueva derecha está también asociada al surgimiento de nuevos actores políticos. El caso argentino es probablemente el más notorio, pues hemos visto cómo la articulación del discurso de la ultraderecha emergió de la mano de un nuevo líder disruptivo, Javier Milei, y una nucleación política emergente, La Libertad Avanza. Algo similar ocurre en Chile, con José Antonio Kast y el ascenso del Partido Republicano, o, en Perú, con Rafael López Aliaga y su nucleación, Renovación Popular.

En el caso del trumpismo se da una dinámica distinta. En vez de que el discurso y la práctica de la nueva derecha se articule en torno a un nuevo partido, esta toma forma bajo la figura de un nuevo líder, Donald Trump, que logra desplazar a la vieja guardia del Partido Republicano estadounidense, e instalar en el mismo su predominio y el de su “movimiento”, el MAGA (“hacer grande a Estados Unidos de vuelta”).

Una de las preguntas claves es la de por qué estamos hablando de “nueva derecha” y “ultraderecha”. Es una pregunta difícil de responder en pocas palabras. Una respuesta es que la derecha convencional, los conservadores, son defensores de las ideas y valores más tradicionales y defienden políticas neoliberales con un Estado pequeño, acotado, pero lo hacen respetando el marco institucional y procedimental de la democracia liberal, incluyendo, la separación de poderes, el Estado de Derecho, las libertades públicas y el derecho de las minorías. La ultraderecha, en cambio, adopta una posición de ataque, polarizante, que busca revertir los derechos de las minorías, a menudo en clave xenófoba y racista, mientras los más libertarios no esconden sus intenciones de deshacer el Estado social y, muy importante, están dispuesto a atentar contra la democracia, si es necesario para lograr sus fines. Los famosos casos del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de EEUU y el no reconocimiento de la victoria de Biden en 2020 es un caso emblemático. Al igual que la toma de la explanada en Brasilia, por las huestes bolsonaristas, y sus constantes llamadas a un golpe de estado.

La disposición a permitir una cancelación del procedimiento democrático, en el caso del trumpismo, implicaría una tendencia a suplantarla con un populismo demagógico que maneja con astucia el nuevo ecosistema de la información y la comunicación, signado por la posverdad. Dicha posibilidad representa un peligro mayor, por el simple hecho de que estamos hablando de la primera potencia mundial. El trumpismo victorioso se interpretaría como una habilitación de otros proyectos similares alrededor del mundo. Por ello, su derrota en las elecciones de noviembre podría significar un muy necesitado balón de oxígeno para la idea de una democracia liberal siempre preferible al autoritarismo, a pesar del desgaste significativo del orden internacional liberal en términos de sus pendientes a nivel social, económico y geopolítico.

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