La Sagrada Escritura nos muestra a Abraham, nuestro padre en la fe, como un hombre justo en el que Dios se alegró de una manera muy particular y a quien hizo depositario de las promesas de redención del género humano.
La Epístola a los Hebreos habla con emoción de este Santo Patriarca y de todos los hombres justos del Antiguo Testamento que murieron sin haber alcanzado las promesas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos, con un gesto lleno de alegría. «Es una comparación -comenta San Juan Crisóstomo- sacada de los navegantes que, cuando ven de lejos las ciudades adonde se dirigen, sin haber entrado aún en el puerto, lanzan saludos emocionados».
Cuando Dios dispuso la destrucción de Sodoma y de Gomorra, a causa de sus muchos pecados, se lo comunicó a Abraham, y este se sintió solidario de aquellas gentes. Entonces se acercó Abraham y dijo a Dios: "¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?”.
“Si hay cincuenta justos en la ciudad, ¿los destruirás?, ¿no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?”, le dice lleno de confianza. Y Dios le responde: “Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré a todo el lugar por amor de ellos”. Pero no se encontraron estos cincuenta justos. Y Abraham hubo de ir bajando la cifra de los hombres santos: "¿Y si hubiera cinco menos, es decir, cuarenta y cinco?”. Y el Señor le dice: “No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco hombres justos”. Pero tampoco los había. Y Abraham seguía intercediendo ante el Señor: "¿Y si sólo hubiese cuarenta?..., ¿treinta?..., ¿veinte?...”. Finalmente, se vio que no había ni diez hombres justos en aquella ciudad. El Señor había dicho a la última petición de Abraham: “Si hay diez, tampoco la destruiré". ¡Por el amor de diez justos, Dios habría perdonado todo el lugar!
Nosotros podemos meditar hoy en la alegría y en el gozo de Dios cuando procuramos serle fieles. En el valor que pueden tener nuestras obras cuando las hacemos por Dios, aun las más ocultas, las que parece que nadie ve y que quizá no tendrán «aparentemente» ninguna trascendencia: Dios da mucho valor a las obras de quienes luchan por la santidad.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal).