Ese pensamiento surgió al leer el interesante artículo de un conocido sobre la necesidad de estimular la participación en las próximas elecciones a través de la obligatoriedad del voto.
Obvio, la participación es clave para aumentar la confianza y no es tema de discusión, pero algo no cierra al relacionar los datos de la desmejora en la calidad de las democracias sudamericanas con la gran participación ciudadana en sus comicios. ¿Qué hay detrás de este contrasentido? ¿Vamos por ello a desalentar la participación? También sería fácil echarle toda la culpa a la corrupción, pero eso no resuelve el fondo de la cuestión.
Entonces, recordé una frase provocativa del español don Julián Carrón: “¿Qué nos arranca de la nada?”, en su librito Un brillo en los ojos (asociación cultural Huellas), donde justamente cuenta experiencias de jóvenes que se sienten arrastrados por la corriente hacia el pesimismo, del cual sabemos que surgen oscuras expresiones como son el miedo, la depresión y la violencia. Esta última es la que más suele indignarnos (ver los casos de asesinatos del joven Fernando Báez y del niño Lucio Dupuy en Argentina), pero luego es como si no acertáramos a reformular nuestras relaciones sociales para mejorar. Queda el camino de la coerción legal para forzar una participación parcial y esporádica, ¿pero será suficiente?
Algunos creen que las redes sociales y la cultura de la cancelación cubren hoy ese hueco. Pero allí surgen los mismos problemas que el vacío existencial provoca. Además, existe una tendencia a propiciar una participación ciudadana con presupuestos muy infantilizados, irracionales o ideologizados. Es el drama de la posmodernidad: Ese pendular constante entre el activismo manipulado y la parálisis total.
Más allá de las elecciones, la participación tiene que ver con el sentido de pertenencia y este con la identidad. Pero los ataques constantes hacia la identidad y el sentido de pertenencia, justamente vienen de aquellos que exigen la participación, o sea, los mismos que vacían de contenido, usan el formato que les da la democracia para dar apariencia de bien a su toma del poder. De sus fracasos le echarán la culpa a “el tiempo que vivimos” o a la desgastada “corrupción imperante”. La incertidumbre, la crisis de valores y de las instituciones, el cuestionamiento de la naturaleza y sus leyes como base a la realidad, los cambios acelerados, el pragmatismo y el individualismo con sus estilos de vida y de pensamiento fracturados, la presión social, el desconocimiento de los aspectos trascendentes… ¿Cómo salir del malestar por otro camino distinto de cinismo que convierte todo en un espectáculo circense?
Gracias al cielo la búsqueda no es infructuosa porque la verdad suele ser muy creativa para salir de nuevo a flote en circunstancias adversas. Es lo que percibí al seguir las noticias de los amigos de Turquía y Siria que están viviendo el drama tras los fuertes terremotos de esta semana. Aquella niña protegiendo a su hermanito bajo los escombros, la bebita recién nacida cuya madre la dio a luz antes de morir, y que fue rescatada con júbilo por desconocidos, los voluntarios que dan comida y apoyo emocional a los afectados en el crudo invierno que soportan… Hay algo más que oscuridad en este mundo, y los seres humanos tenemos la inmensa necesidad de descubrir la luz en medio de ella, y recobrar el calor en nuestras relaciones. Ni el error, ni la violencia, ni las heridas existenciales nos determinan porque somos seres libres.
Claro, es necesario un trabajo educativo sacrificado y quizás complejo para retomar el significado de nuestra libertad, pero también es posible tener los ojos abiertos para captar la ternura que surge ante nosotros cada día. No debemos renunciar a buscar juntos el bien común