Pues bien, otro senador, Gustavo Leite, comete, pocos días después, otra impericia con el WhatsApp. Esta vez fue un mensaje de audio dirigido a un grupo de confianza en el que hace unas sorprendentes afirmaciones sobre el tema al que se dedica obsesivamente: Demostrar que las organizaciones no gubernamentales (ONG) son nefastas y malintencionadas.
¿Cómo negarlo? No hay nada más potente que su propia voz –con ese inconfundible tono, entre arrogante y despectivo–, confesando todo lo que se le criticaba. Si alguien todavía dudaba de que la Comisión Bicameral de Investigación (CBI), presidida por Leite, es una persecución cartista a la sociedad civil, la incertidumbre se le habrá evaporado. Leite es didáctico y convincente. Pero tiene el mismo problema que Buzarquis: un empleo imprudente del WhatsApp.
En poco más de un minuto, Leite dejó mal parado al presidente Peña, dio a entender que la decisión se tomó en otro ámbito y admitió que el objetivo de la comisión garrote era desgastar a las oenegés. “Por ahí va la cosa, hoy un oenegero es alguien que no quiere la transparencia, un incoherente y tenemos que ventilar lo que tenemos”.
El audio despertó una tormenta que desmoralizó al cartismo y revitalizó a Buzarquis, quien ya tenía la guillotina flotando sobre el cuello. El senador liberal debe haber celebrado la locuacidad de su colega, pues, gracias a ella, los colorados decidieron enviar al freezer su destitución. Leite era la cara opuesta, parecía Buzarquis saliendo del despacho de Nenecho. Con la soberbia esfumada, se le fueron las ganas de hablar: “Piensen lo que quieran”, dijo.
Es que todo el proceso fue improvisado, atropellado. Ya lo dije, era más acertado denominarla comisión guarara. La artillería mediática del cartismo, accionada al unísono para tratar de explicar los dichos del audio, fue insuficiente para maquillar la operación política que apunta a limitar la participación ciudadana.
Si algo le faltaba a esta comisión para perder lo poco de credibilidad que le restaba es que la prensa divulgue la más inesperada de las noticias. Había sido que Leite y su esposa tienen su propia oenegé. Forman parte de “la miserable casta de aprovechados” –como lo repitieron hasta la saciedad los de la dichosa comisión–, vinculados a esas actividades. Son tan oenegeros como los que condenaban y recibían dinero de Tabesa, de Itaipú Binacional y de otros fondos.
Aquí hay que hacer una aclaración. No tiene nada de malo trabajar o crear una oenegé y menos si tiene objetivos tan altruistas como lo es la recuperación de adictos a las drogas. Pero él nunca contó que era tesorero de una ONG que no generaba fondos propios y se financiaba a través de donaciones. Con la misma mala leche que su comisión puso en desprestigiar a las organizaciones críticas al actuar gubernamental, estas podrían hoy hacerle las mismas capciosas preguntas y los mismos comentarios suspicaces sobre el destino real de sus fondos.
Si su esposa dirige la ONG y él es el tesorero, ¿es Leite un nepooenegero? ¿Por qué recién el lunes ventilará sus propios datos? ¿Qué oculta? Como Buzarquis, Leite pasó súbitamente del ataque a la defensa. Dijo que, si es necesario, su oenegé será investigada por la dichosa comisión. Pero, entonces, ¿se llamará a declarar a sí mismo? ¿Será juez y parte?
Parecidos, Buzarquis y Leite. Su ineptitud con el WhatsApp los entrampó. Al primero, en un tráfico de influencias. Al segundo, en un conflicto de intereses.