Imaginate a una enfermera que te toca la puerta para hacerte recordar que debés tomar tu remedio. Imaginate que, un día, si no consigue cómo ir hasta tu casa junta dinero para pagarle el combustible a alguien y que le acerque hasta vos; así ella se asegura de que te medicaste. Imaginate que esa misma enfermera pide autorización al director del hospital donde trabaja porque ve la necesidad de un consultorio exclusivo para sus pacientes tuberculosos. Imaginate hace un préstamo, se endeuda, para poder hacer realidad ese espacio de atención sanitaria.
Imaginate que a esa profesional le quedan solo seis meses para poder jubilarse, pero justo cae víctima de un virus letal y deja a todos llorando. Imaginate todo eso y podrás saber, aunque sea de refilón, cómo era María Maldonado, la ‘licen’ sonriente que sabía congeniar esfuerzo, dedicación y alegría y que con empatía se ganó el cariño de todos –desde el más encumbrado hasta el empleado raso– en el populoso Hospital de Calle’i de San Lorenzo. De los 54 años que tenía, 35 dedicó a su vocación de enfermera. Era encargada del Programa Nacional de Tuberculosis en el citado centro asistencial. Un mal día se contagió de Covid-19. Hasta la última exhalación, con un aire que le pesaba en el pecho, pensaba en sus pacientes: Antes de ingresar a la terapia –donde estuvo 31 días intubada–, le encomendó a un colega que le escoltaba hacia la unidad de terapia intensiva (UTI) que no se olviden de llevarle la leche a los pacientes internados en el área que tenía a su cargo. “El doctor vino a buscarle, ella no se quería ir. Le dijo que iba a ser la reina de la terapia. Le alzan en la silla de ruedas ya con una franca dificultad respiratoria y se da la vuelta y le dice al licenciado Mario, que es el jefe de enfermería, que por favor le entreguen la leche a uno de sus pacientes. Ese fue su último encargo”, relata Mirna Gallardo, presidenta de la Asociación Paraguaya de Enfermería (APE), quien también trabaja en ese hospital. Con admiración que de a poco decanta en tristeza por la pérdida de la compañera, resalta el tipo de compromiso que tenía María: “Una persona tan dedicada a su profesión que hace ese encargo de que ‘por favor’ –insiste– se aseguren de que su paciente reciba la leche” que es parte esencial del tratamiento del Programa de Tuberculosis. “O sea, hasta qué momento ella antepuso su rol mientras era trasladada desde la sala de clínica médica a la sala de terapia. Y va a esa unidad para ser asistida con ventilación mecánica, le iban a intubar”, rememora. María dejó una hija enfermera que trabaja también en el mismo centro asistencial y que también tuvo Covid, pero se recuperó. “Ella era diabética y tenía un poco de sobrepeso. Pero si no hubiese estado la pandemia no hubiese muerto y habría compartido con sus nietos y sus familiares”, indica casi sollozando. Maldonado trabajaba también en el Hospital Central del IPS. A donde iba era muy querida, dice Mirna. “Si el paciente no venía a ingerir su medicamento ella se iba a la casa. Buscaba la forma, quién le pueda llevar, si era cerca se iba caminando o bien, pagaba el combustible a quién tuviera moto para que le acercara”, cuenta y le parafrasea: “Mira conseguí G. 15.000 para cargar combustible”. Así le hacía, le engañaba a las precariedades del sistema que ahora, por la pandemia, está dando un giro de 180 grados. “El consultorio de Tuberculosis del Hospital del Calle’i se quedó sin espacios porque este hospital tiene muchas especialidades y casi no tenía espacio físico: Se fue al depósito de materiales y compró todo de su bolsillo. Hizo un préstamo, trajo los materiales y ya al día siguiente empezaron a llegar las cosas que compró. Ella edificó esa parte del consultorio, con su dinero”, rescata Mirna con los ojos enjugados de lágrimas.
nuevo virus del siglo
vocación. Hasta con el último aire que le restaba la Lic. María Maldonado pensaba en sus pacientes.
querida. Cuentan que de su bolsillo sacó plata para levantar un consultorio en Hospital de Calle’i.
No sabemos si van a fallecer más colegas ni qué puede pasar porque la naturaleza de nuestra profesión es cuidar de la ciudadanía y cuidar hasta con nuestras vidas. Esta pandemia hizo visible eso: Que la ciudadanía pueda ver que las enfermeras están luchando hasta con sus vidas.
Mirna Gallardo,
presidenta de la Asociación Paraguaya de Enfermería.