De los tres talleres en el Colegio Naciones Unidas, el de metales cerró hace 4 años por falta de rubro docente. Los restantes, de carpintería y electricidad, siguen abiertos aunque entre desfasadas maquinarias y herramientas deterioradas.
El serrucho “de precisión” ya no lo es porque no tiene dientes en el taller de carpintería. A la “sierra sinfín”, máquina similar a la de las carnicerías, le llegó su final: hace dos años está parada por falta de repuesto. Data del año 76, cuando se fundó la institución ubicada en barrio Obrero.
El profesor Julio Ramírez, de Trabajo y Tecnología, se ingenia para dar sus clases en ese taller. Los chicos aprenden lo básico, pero más hace hincapié –dice– en la solidaridad y la cooperación entre ellos.
Junto al “intendente”, como le llaman al responsable del mantenimiento de la institución, repararon 200 sillas en un periodo de dos meses.
Como todo el mobiliario es obsoleto –aunque reconocen que los de antes son más robustos que los actuales–, ellos se encargan de repararlos cuando se destruyen: sea efecto del tiempo o por los apremios que reciben de los traviesos alumnos. “Las hojas (de la sierra circular) funcionan con autogestión: Compro, si hace falta, o suelo afilar. Trato de hacer el mantenimiento”, cuenta el docente.
Malabarismo. El colegio cada año recibe un desembolso de G. 60 millones, según su directora, Ramona Flores. Ese dinero “es ínfimo” y sobreviven –asegura– haciendo “malabares”. A lo que tienen, le suman la cooperadora escolar para el salario de Pablo Roberto Cañiza, el encargado de mantenimiento del colegio. Es el “héroe tras bambalinas”, le define Flores, porque repara sillas y pupitres destruidos por alumnos; o que caen en desuso.
Desde hace años carecen de un rubro para pagar un profesor de metales. “Vemos las prioridades, las materias han cambiado y, para que nos entendamos: todos estos trabajos –muestra una reja protectora de ventanales– hicieron los chicos en el tiempo en que podían usar el soldador y hoy en día no tenemos un profesor que haga este tipo de trabajo y lo hace el intendente”, comenta en referencia a Cañiza.
Tampoco ayuda el estado económico de los alumnos que asisten a la institución: “Los chicos tienen que traer las varillas y la parte económica es nuestro gran problema acá”, apunta lo que deben llevar para las prácticas de esa materia.
“Esto se convirtió en un depósito –confirma–. Profesor de metal en este momento no tenemos. Los elementos que hay ahí ya no sirven. Del yunque, por ejemplo, no sé qué pasó”. El “mayor inconveniente” con el que tropiezan es el cambio del programa curricular. Flores relativiza, incluso, la necesidad de tener el taller de metales: “Sí y no también –dice sobre su eventual reapertura– porque depende más del profesor para que reactive”, le señala al profe Julio.
Antes el colegio recibía unos G. 200 millones (al año) y se podía pintar anualmente y reparar las cosas. Lic. Ramona Flores, directora.
No vamos a hacer profesionales de los alumnos. La intención es que experimenten valores: que sean solidarios, el respeto. Julio Ramírez, profesor.