06 jul. 2024

En la cornisa, entre virus y vectores

Las facilidades que tienen virus, bacterias y otros microorganismos dañinos para propagarse en el ámbito paraguayo son de antología. Gran parte de la sociedad misma contribuye a tal expansión y son débiles los bastiones que permiten defender a los ciudadanos cuando de padecimiento se tratara.

El capítulo de la contención pública es el paradigma irrefutable de cómo la pérdida de salud se multiplica diariamente, sin la debida cobertura que se merece el ciudadano.

Apenas estamos en la tercera semana de enero y ya se torna insostenible la situación por la que atraviesan quienes adquieren dengue o Covid-19, puesto que existe un cóctel ideal para que se distribuyan los gérmenes propiciantes de ambas enfermedades, que hasta incluso llevan a la muerte en algunos casos, y se crea de nuevo la alarma natural para intentar controlar los vectores y aminorar los riesgos.

Citemos el cóctel, en el caso del dengue: La insuficiente campaña de concienciación sobre los cuidados para que no proliferen los criaderos de mosquitos; la poca importancia que da parte de la población para mantener higienizado y aseado su entorno; las constantes migraciones por época de vacaciones hacia Brasil, principalmente, o hacia el interior del país, con lo cual se facilita más la transmisión mediante el mosquito Aedes aegypti; la temporada de vacaciones de profesionales de la salud, ante el colapso de los centros de atención que diariamente ven desfilar a los abrumados pacientes en busca de paliativos.

Si nos centramos en el coronavirus, tampoco hay mucha conciencia ciudadana respecto de los cuidados, con el uso del tapabocas en lugares cerrados, la detección temprana, el ciclo de vacunas que se debe tener, las excursiones propias de vacaciones y la insuficiente respuesta en los hospitales para atender los incontables casos.

Vayamos a las estadísticas: Por cada una de las enfermedades citadas, hay contagios que ya superarían los mil casos semanales, según datos oficiales (sin contar los subregistros), mientras que por dengue ya fallecieron una veintena de pacientes desde que arrancó en setiembre pasado el periodo epidémico.

La población infantil es la más afectada con ambos padecimientos, y el número de internados también se dispara, ocasionando más preocupación a la población y afectando muchas otras aristas, más allá de la salud pública, porque hay familias que arrastran las consecuencias, padres o madres que dejan de cumplir sus tareas laborales, y el replique de las famosas polladas, rifas y demás métodos para juntar algunas monedas con las que enfrentar la compra de medicamentos, que nunca son baratos.

Todo lo anterior pudiera ser minimizado con suficiente prevención, pero he ahí la palabra menos valorada en esta parte del mundo, porque la reacción generalizada solo se deja ver cuando es “a última hora” o cuando ya no quedan camas para ser ocupadas en internación, menos aún en terapia. Y eso que estas enfermedades generalmente aparecen por ciclos, con lo cual no resulta cosa nueva, sino replicada periodo tras periodo.

Cuando una situación real es causa nacional, merece toda la atención del país y se precisa de fuertes campañas para revertir las adversidades; se requiere de cuidados personales y mucha información para distribuirla a toda la población, además de los recursos y el lógico presupuesto para enfrentar epidemias. Solo que las prioridades locales están centradas en el malvado juego de ubicar a parientes y allegados de la clase política en cargos que dicen ser de confianza, pero no generan otra cosa que un liso y llano nepotismo.

En la hora crucial no se debe jugar con la salud de la gente. Nadie quiere pasar de nuevo por la angustiosa circunstancia que envolvió a la pandemia. Esperemos que la fuerza de la prevención sea tal que no prosperen las estadísticas semanales hasta ahora muy preocupantes.

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