Una vez más, como sucede en tantos otros pasajes, lo que Jesús pide es fe en Él: “Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados”. Se trata de algo crucial: Salvarse o condenarse. Vivir eternamente o morir en la ceguera producida por el pecado.
Cuando los fariseos insisten para entender exactamente qué quiere decir Jesús con ese yo soy, el Señor les da una respuesta que es bueno no pasar por alto: Ante todo, lo que os estoy diciendo. No está ocultando ninguna carta: Él es lo que está afirmando, el enviado del Padre.
A veces nos podemos enfrentar a esa situación en nuestra oración: Pensamos que Jesús no nos escucha, que no nos entiende, o peor, que nos está ocultando algo, que no nos está hablando claro. Como los fariseos, podemos pensar que el Señor no nos quiere dar todos los datos y es por eso que no terminamos de comprender una situación concreta que nos ha tocado vivir.

Sin embargo, ¿no podría darse el caso de que, como en este pasaje del evangelio, el problema esté en la parte de los que escuchan a Jesús? Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. ¿Puede ser que seamos nosotros los que no ponemos todos los medios para estar en la misma longitud de onda del Señor?
Para refrendar sus palabras y dar validez a su testimonio, Jesús anuncia la demostración definitiva: La Cruz. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo. Es por eso que, en esta recta final de la cuaresma, vale la pena que nos preguntemos si nuestra escasa capacidad de escuchar al Señor no será consecuencia de nuestra falta de espíritu de sacrificio. Ya lo decía san Josemaría: “El Espíritu Santo es fruto de la Cruz”. Cuando notemos cierta sordera en nuestra oración, podemos revisar cuánto buscamos la Cruz en el día a día.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es/gospel/evangelio-martes-quinta-semana-cuaresma/).