26 abr. 2025

En medio del Covid vivió experiencias de afecto y solidaridad “inolvidables”

VIVENCIA. El Covid-19 no hace diferencias y puede llegar en cualquier lugar o momento. Además de ser un duro golpe, también fortalece y deja enseñanzas para la vida.

El escritor Roy T. Bennett decía: “Nunca pierdas la esperanza. Las tormentas hacen a la gente más fuerte y nunca duran para siempre”. Esta es la mentalidad que debemos mantener en estos tiempos tan difíciles de pandemia por el Covid-19.

Hoy contamos la historia de Yamila Oviedo, una joven que tuvo que enfrentar la pérdida de su abuela Zunilda Duarte y la internación y recuperación de su madre Angelina Frutos, todo al mismo tiempo.

A pesar del difícil momento, para ella fue una lección de vida, conviviendo con familiares de otros enfermos, conociendo a médicos entregados a su vocación, y hasta experimentando “un milagro”, como ella lo reconoce.

Yamila Oviedo es de la ciudad de Piribebuy, periodista y productora de programas informativos. En poco menos de un mes, después de dar positivo al Covid-19, tuvo que partir su corazón en dos cuando su madre y su abuela también se contagiaron y fueron internadas; su madre en el hospital de Piribebuy por 13 días y su abuela en el Hospital Nacional de Itauguá. “Sinceramente, uno no sabe lo que realmente se siente hasta que lo vive en primera persona”, menciona.

MILAGRO Y GOLPE. Su madre, Angelina, llegó con una saturación de 50 y pocas probabilidades de sobrevivir, pero sus fuerzas y ganas de seguir fueron más fuertes. “Llegamos a eso de las cuatro de la mañana, y logré conseguir una cama y un lugar en medio de un colapso, y si eso no fue milagro, no sé qué fue. Hasta ahora no puedo olvidar ese momento y no dejo de agradecerle a Dios por permitirme seguir teniendo a mi madre conmigo”, indica. En tanto, su abuela Ña Zunilda, luego de una semana en aislamiento en casa de un familiar fue internada y, lastimosamente, falleció, días después.

INOLVIDABLE. Para Yamila, la convivencia con las familias de los internados fue una experiencia que no olvidará. “En la carpa me hice de amigos que en pocos días se volvieron familia. Creo que no hubiera podido sobrellevar la enfermedad y todo lo demás, si no conocía a esa gente maravillosa, sencilla, humilde”, afirma Oviedo.

En el lugar, a pesar del dolor y la incertidumbre, no faltó la esperanza, la solidaridad y, sobre todo, un calor humano “que en pocos lugares uno encuentra”, relata Yamila. El dar todo, teniendo lo justo o teniendo poco; la ayuda mutua y la hermandad que se formó “fue admirable”, recuerda ella.

“Son personas que voy a tener por siempre conmigo en el corazón, porque estuvieron cuando el mundo se me vino abajo”, indica.

Yamila también rescata el trabajo del personal de blanco. “Allí adentro (en el hospital), hay gente que hace honor a su profesión y demuestra una entrega increíble. En este caso, el médico que nos acompañó desde el día uno fue el doctor Mauricio Alcaraz, un joven médico, que realmente ama su profesión; es increíble la calidez y el carisma que tiene, es algo digno de admirar. Mi familia y yo estaremos eternamente agradecidos con él”, afirma la joven.

SOLIDARIDAD. En vista a los gastos que implicaba estar en el hospital, y viviendo en carne propia las necesidades, surgió la idea de hacer una colecta y ayudar a las demás familias instaladas en la carpa. “Un compañero de la carpa, Antonio Sosa, tiene un programa de radio en Piribebuy, y tuvo la idea de pedir ayuda, apelando a la solidaridad para acompañar a las familias afectadas, y todos apoyamos”. Los gestos de empatía y solidaridad no se hicieron esperar y de todos los puntos del país llegaron víveres, agua y otros insumos.

Además, un grupo de jóvenes organizó una maratón solidaria en la plaza de Piribebuy en apoyo a las familias de los internados. “Tanto fue lo que recibieron que en la carpa ya no había lugar. El corazón me late mucho más fuerte y me da piel de gallina recordar esto. La gente de Piribebuy es única, solidaria. Ahí nunca te vas a sentir solo”, concluye.