01 may. 2025

En memoria de Crescencio González

Lida Duarte – @lidaduarte

Debido a su situación de pobreza, Crescencio González pudo ir a la escuela solo hasta el sexto grado, al igual que la mayoría de los campesinos sin tierra. En su comunidad, ubicada en el Departamento de San Pedro, fue aprendiendo sobre la agricultura, el principal modo de subsistencia en el campo, y llegó a alquilar algunas parcelas para producir.

Pero sus gastos de producción eran altos, porque debía pagar mensualmente por unas parcelas que nunca le pertenecerían, y para sobrevivir también trabajaba como jornalero para los estancieros de la zona.

Al pasar los años, Crescencio se casó con Gumercinda, con quien tuvo cinco hijos por quienes luchar para que no se repitiera la historia por falta de acceso al derecho a la tierra, salud y educación. La pobreza que enfrentaba su familia no era aislada, había miles de agricultores que buscaban mejorar su calidad de vida a través de la producción de alimentos y que ante la falta de tierras veían imposible cumplir el sueño de cuidar el suelo para que les retribuya con frutas y verduras.

Conformaban la Federación Nacional Campesina, donde también militan ex integrantes de las Ligas Agrarias, una organización que planteó un modelo de desarrollo comunitario, pero que fue eliminada por la dictadura stronista.

Ya en la democracia, las organizaciones campesinas cobraron fuerza, pero fue clave el congreso de 1996 con la participación de más de 1.400 representantes de la FNC en Caaguazú. Allí los dirigentes debatieron sobre las represiones que aún seguían sufriendo por parte del Estado y civiles armados como respuesta a las ocupaciones que realizaban.

Resolvieron dejar de lado las pequeñas ocupaciones y hacerlas de manera unificada, calificar de latifundios a los propietarios con más de 3.000 hectáreas y organizar modos de autodefensa en los asentamientos.

Dos años después fue la primera ocupación de Crescencio junto con 1.200 compañeros y compañeras en una propiedad de más de 30.000 hectáreas en San Vicente Pancholo. Como respuesta a los reclamos de reforma agraria, el Estado envió 600 policías, entre ellos agentes del GEO.

Los campesinos se dispersaron a balazos, hubo heridos, detenidos y desaparecidos. Cuando lograron reagruparse decidieron ingresar nuevamente a la zona de ocupación en busca de sus compañeros y el recorrido terminó con el hallazgo de Crescencio, muerto con un disparo en la cabeza.

Pero las protestas no cesaron, había que liberar a los 80 labriegos presos y sumar a la lucha la memoria de Crescencio. El miedo a la muerte ya lo conocían, acecha a las familias en situación de pobreza todos los días.

Organizaron nuevas estrategias y en el 2000 volvieron a ocupar la misma propiedad, de la que ya no se marcharían. Los 600 policías retornaron, pero los campesinos, desarmados, se resistieron y perdieron a otros tres compañeros: Huber Duré, Felipe Osorio y Justo Villanueva.

Finalmente, el Gobierno tuvo que conformar una comisión de crisis que terminó con la entrega de 10.000 hectáreas a los campesinos, divididas en dos asentamientos que fueron denominados Huber Duré y Crescencio González, en honor a los caídos. Villanueva y otros campesinos muertos en circunstancias similares también dan nombre a ocupaciones que fueron buscando su regularización.

Desde aquella victoria, los pobladores se dedicaron a labrar sus tierras que les dan productos frutihortícolas de autoconsumo y de renta. Por su parte, el Estado cumplió con la instalación de un puesto de salud, una escuela y la provisión de agua, lo que en conjunto con las actividades agrícolas hizo que la comunidad se levantara.

Esta semana el asentamiento cumplió 20 años y con una gran fiesta y la infaltable olla popular, se honró la memoria de Crescencio.