“Me siento más cómoda si todo el mundo está vacunado en el cine”, explica esta estudiante de 17 años, que espera a una amiga para ver Ema, el drama chileno de Pablo Larraín.
¿La obligación de vacunarse atenta contra la libertad? A la entrada del pequeño cine Thisbe desestima esa cuestión.
“Es tu decisión si no quieres vacunarte, pero es una elección egoísta”, explica la joven que recibió su primera dosis en abril, en cuanto pudo, para “proteger a su familia”.
Restaurantes, museos, salas de concierto, boliches, acuarios, discotecas, piscinas cerradas y gimnasios... Desde el martes es necesario mostrar un certificado haber recibido al menos una dosis de vacuna anti-covid-19, su foto o un pase digital en el teléfono, para acceder a una larga lista de actividades en interiores.
De Broadway al Met Ópera, los sitios culturales más prestigiosos que reabrirán a partir de septiembre lo anuncian claramente: sin vacuna no hay acceso.
Las ciudades de San Francisco y Nueva Orleáns tomaron medidas similares.
En Nueva York, los establecimientos tienen hasta el 13 de septiembre para adaptarse antes de los primeros controles, pero desde ahora se ven anunciadas las nuevas reglas en numerosos escaparates.
Elena Batyuk, gerente del café restaurante Reggio, quiere hacer pedagogía durante ese tiempo. “Lo que quiero evitar es que clientes se enojen contra mi equipo o les griten”, explica.
“Pedir sus datos médicos a la gente (...), decirles qué tienen que hacer no es lo mío”, resopla. “Pero si es lo que nos piden (...), todo el mundo será bienvenido aquí. Solo que algunos estarán en terraza”, suspira Elena.
En la ciudad de más de 8 millones de habitantes, cerca del 75% de adultos ha recibido al menos una dosis, según la alcaldía que trata de reactivar la vacunación prometiendo 100 dólares por cada primera dosis.
A unos cuantos kilómetros de Greenwich Village, en su pequeño bar en Brooklyn llamado Paul´s, Jillian Wowak apoya por completo la vacunación obligatoria, apurada por dejar atrás la pandemia.
“Los que no se hacen vacunar, de alguna manera siento que juegan con mi dinero”, explica esta gerenta que pide a sus clientes estar inmunizados. “Aquí no se puede mantener una máscara para comer o beber. Si debo hacer espacio entre los clientes puedo acoger solo cuatro personas”, ironiza.
En toda la ciudad hay vitrinas vacías, a pesar de la reanudación de las actividades en la primavera. La mayoría de los turistas extranjeros aún no han vuelto y la emergencia de la hipercontagiosa variante delta hace temer un nuevo golpe.
“Fuimos los primeros y los más afectados” en la primavera de 2020, recuerda Diane Gnagnarelli, profesora de teatro de 62 años, quien recuerda que uno de sus sobrinos que vivía cerca de un hospital de la ciudad en donde se veían camiones frigoríficos transformados en morgues improvisadas.
“Aquí vivimos unos sobre otros, entonces con la variante delta (...) estamos obligados a confiar en la ciencia”, agrega, convencida de que alguna forma de vacunación obligatoria terminará por imponerse.