29 abr. 2025

¿En qué país viven nuestras autoridades?

En los finales de la década del 70 del siglo pasado, cuando se hacían ver en Asunción las primeras producciones de los egresados de la Facultad de Arquitectura, muchos relacionaban sus aportes con la modernidad y el buen vivir.
Cuando entonces, apareció cerca de los clubes deportivos de barrio Obrero un mamotreto pretendidamente moderno, combinando una serie de formas raras que lejos estaban de concretarse en el aspecto de una vivienda. Y más alejadas todavía de una construcción moderna.

A la dueña de casa le molestaron las mordaces críticas de sus vecinos sobre la construcción, las que ella trasladó a la arquitecta, autora intelectual y material del adefesio.

La profesional le contestó con otra rebuscada creación de su intelecto:

–Lo que pasa es que tu casa es tan moderna, que se adelantó a su época... pero dentro de 10 años por ahí todos van a entender y apreciar su belleza.

No se sabe si efectivamente fue así, pero cada vez que la ministra de Obras Públicas habla de modernidad y pretende justificar las ilegales intervenciones de su Secretaría de Estado como un aporte a la infraestructura moderna del país viene a mi memoria la explicación de aquella arquitecta colega. Sobre todo en cuanto al concepto de la modernidad y de la belleza.

En sus frecuentes conversaciones con la prensa, la señora ministra suele mencionar varias perlas. Entre ellas, algunas referidas a la legalidad y la formalidad requerida para obras tan importantes. Porque hasta en los “tiempos felices” de un pasado no tan reciente, los aportes de progreso que se anunciaban tenían al menos el remedo de Concursos Nacionales de Proyecto que redundarían seguramente –si no en belleza– en las mejores alternativas aportadas por la participación del colectivo profesional en el proceso.

Así se construyeron el Palacio de Justicia, la entonces Corposana, el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Banco Central, entre otros entes del Gobierno central.

Ahora no. Porque ni las abrumadoras mayorías que resultaban de nuestras “elecciones libres” de antaño habrían estimulado los alardes de desdén hacia lo correcto y obligatorio. De las que se hacen tabla rasa sin ningún pudor en la actualidad. Además del hecho que la supremacía de nuestras actuales mayorías ni siquiera intentan disimular las falencias.

A saber:

*Los proyectos que demanden las soluciones de vialidad o tránsito dentro del territorio de la capital, y cualquier decisión sobre su funcionamiento, le corresponden al Gobierno de la ciudad de Asunción. Hoy, sin embargo, el MOPC hace lo que quiere en la capital sin que nadie manifieste siquiera una observación al respecto.

* El Ministerio mencionado ha intervenido con aportes que, según se anunciaron en su momento, desterrarían los inconvenientes de tránsito. Hoy, con las obras terminadas, los problemas “ganaron altura” pero no se solucionaron. Y tampoco nadie parece percatarse, ni preocuparse por eso. Con millones de dólares invertidos en los procesos.

*La “avenida Costanera Sur”, uno de los adefesios de exclusiva paternidad (o maternidad) del Ministerio mencionado, no tiene desperdicios. Es la única supercarretera en el mundo que no trae ni lleva a ninguna parte. Simplemente se la construyó para un entertainment de los constructores o un esparcimiento de la ciudadanía con vehículo.

Además de esta anomalía, todo el Bañado Sur no cuenta con otras calles en ninguna otra parte del entorno. Y no pretendamos asomarnos a sus instalaciones escolares ni hospitalarias; como desde el centro de la ciudad, tampoco podríamos acceder a esa zona de las costas del río para algún arriesgado chapuzón.

Pero entre las delirantes propuestas anunciadas por la ministra de Obras Públicas para la solución del “colapso vial que sufre Asunción”, ahora nos informa que “nuestra primera autopista urbana” permitirá al ciudadano pasar “más tiempo con la familia y menos tiempo en los autos”. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde?

Pero como la ministra YA SABE que no puede intervenir en la ciudad, ahora pretende optar por “la vía aérea”. Porque nos anuncia la construcción de una autopista urbana elevada de (respiren hoondo) casi cuatro kilómetros, con dos calzadas y cuatro carriles, que conectará las avenidas Ñu Guasu y Silvio Pettirossi. Esta infraestructura –argumenta la señora– será compatible con el futuro tren de cercanías y respetará la dinámica urbana de la ciudad de Luque. El tren de cercanías que todavía no tiene trayectos ni itinerarios aprobados y... Los lectores ya conocen la “dinámica urbana” de la vecina ciudad.

Esta perla del ñe’êrei oficial, nos permite imaginar, lo que no se dice:

Como la avenida Ñu Guasu es de las tantas intervenciones ministeriales que se hicieron sin qué ni para qué, arruinando de paso una hermosa senda verde de 2,8 kilómetros de extensión; ahora, unos cuantos años más tarde, se descubre finalmente el motivo. Era –había sido– que íbamos a construir una pista aérea para unirla con la avenida Silvio Pettirossi, la conocida autopista al Aeropuerto, que repite el nombre de la popular avenida que pasa frente al Mercado Nº 4.

Nada menos si esta unión se hará al “estilo intrincado” que nos deja en el puente que nos lleva al Chaco, los conductores se las verán negro oscuro para circular por Asunción. Aunque finalmente, todo es poco si accedemos a la modernidad.

Lo peor es que el conjunto de alocadas decisiones, aparentemente, tiene que ver con la circulación de la gente con automóvil propio. Porque desde el ámbito ministerial, parece que nadie se acuerda de los peatones. Pues en Asunción no tenemos veredas en condiciones, no tenemos señalizaciones de tránsito, sino “lomos de burro”; no tenemos sistemas de transporte público y la gestión de cualquier otro sistema nunca tuvieron la celeridad que demandan su urgente necesidad...

O, ¿será que tenemos gente que no tiene medios para circular de otra manera?

Para nuestras autoridades … parece que no.

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