“Sólo son 100 días, pero tenemos la impresión de que han pasado cien años”, confía Abdul Aziz Saadat, que al igual que la inmensa mayoría de los gazatíes tuvo que huir de su casa y vive en un campo de refugiados en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza.
Y es que la faz de este enclave costero superpoblado ha cambiado mucho. Lo que antes eran barrios con calles repletas de gente y de atascos ahora son montones de ruinas.
“Algunos viven en colegios, otros en las calles, por el suelo, y otros en bancos. La guerra ha afectado a todo el mundo”, describe Saadat. Alrededor de 1,9 millones de personas, es decir el 80% de la población de la Franja, tuvo que abandonar su hogar, según la ONU.
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“Muerte y desesperación”
La Franja de Gaza se ha vuelto “inhabitable” y “un lugar de muerte y desesperación”, tal como resume el coordinador de asuntos humanitarios de la ONU, Martin Griffiths.
Los 2,4 millones de gazatíes sobreviven como pueden, y son muy pocos, apenas unos cientos, los que pudieron salir del territorio, sometido a un férreo asedio desde poco después del inicio de los bombardeos israelíes.
Estos comenzaron el mismo 7 de octubre, como respuesta inmediata a los ataques sorpresa lanzados ese día, fiesta religiosa judía, por el movimiento islamista palestino Hamás.
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Los milicianos, que asaltaron casas y atacaron mayormente a civiles pero también a policías y militares en numerosos puntos del sur de Israel, dejaron unos 1.140 muertos, según un recuento de AFP en base a fuentes israelíes.
Tras una incesante campaña de bombardeos, las tropas israelíes lanzaron una invasión terrestre del 27 de octubre para “aniquilar” a Hamás y liberar a los rehenes capturados.
Más de 23.000 personas, en su mayoría civiles, han muerto en la Franja, y cerca de 60.000 resultaron heridas, según Hamás, que gobierna el territorio.
Los campos de refugiados, las carreteras y los pasos fronterizos están sembrados de cráteres. Escuelas, universidades y lugares de culto tampoco escaparon a los ataques.
Israel acusa a Hamás de utilizar a la población civil como escudos humanos, y de llevar a cabo sus operaciones desde mezquitas, escuelas e incluso hospitales. Acusaciones rechazadas por Hamás, un movimiento catalogado como terrorista por Israel, la Unión Europea y Estados Unidos.
Destrucción masiva
Basándose en imágenes satelitales, dos profesores norteamericanos, Jamon Van Den Hoek y Corey Scher, estimaron que hasta el 5 de enero entre el 45 y el 56% de los edificios del enclave habían resultado destruidos o dañados.
La destrucción ha sido “muy amplia y muy rápida” según Van Den Hoek. Y la extensión de los daños “es comparable a las zonas más afectadas en Ucrania”, abunda Corey Scher.
El final de los combates no implicará por tanto que los gazatíes puedan volver a sus casas. La reconstrucción se anuncia titánica, y la memoria de los fallecidos estará por todos lados.
A falta de espacio en los cementerios, se han cavado fosas comunes en huertos, patios de hospitales y hasta en un terreno de fútbol, tal como constataron periodistas de la AFP.
La escena se repite todos los días: hombres y mujeres, entre llantos, tienen que identificar los cadáveres envueltos en sudarios blancos. Los nombres se inscriben con rotulador.
En el caso de los heridos, los que logran llegar a un hospital todavía en funcionamiento (unos 15 de un total de 36) se encuentran con otro “campo de batalla”, como dice Rik Peeperkorn, representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en los Territorios Palestinos.
En los hospitales que visitó, asegura haber visto situaciones de “caos” y “sangre por el suelo” , y escuchado los gritos de los heridos que a veces esperan varios días antes de ser atendidos. Algunos quirófanos se iluminan apenas con la linterna de teléfonos, a falta de electricidad, y a veces hasta se opera sin anestesia.
“Hay una penuria de casi todo el material médico”, cuenta este representante de la OMS, quien dice no haber visto nunca “tantas amputaciones” en toda su vida.
Al borde de la hambruna
“Hemos perdido la esperanza”, cuenta Ibrahim Saadat, desplazado en Rafah. “Como falta el agua, nos duchamos una vez al mes, sufrimos psicológicamente y las enfermedades se extienden por todos lados”.
Según Unicef, los casos de diarrea entre niños pasaron el mes pasado de 48.000 a 71.000 en una semana. Antes de la guerra se contaban 2.000 casos al mes.
“En 30 años no había visto un déficit alimentario tan masivo”, observa Corinne Fleischer, directora regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
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“La producción de alimentos está totalmente paralizada, y la gente no puede ni ir a sus campos ni a pescar en el mar”, dice a la AFP.
El puerto de Gaza, donde los pescadores llegaban con sus capturas, fue también bombardeado. Los terrenos agrícolas, conocidos por sus fresas invernales, son inaccesibles.
Muchas panaderías fueron golpeadas en los ataques o han tenido que cerrar por falta de combustible. “Las tiendas están vacías, no hay nada que comprar para comer” y “hay gente que muere de hambre”, afirma Fleischer.
Más allá del peligro, el sufrimiento, el terror y los paisajes de destrucción, Hadeel Shehata, de 23 años, resume la desesperanza de la juventud de Gaza, donde la mitad de la población es menor de edad.
“Algunos niños iban al colegio, otros a la guardería... Todo eso no ha servido de nada, se ha perdido todo”, lamenta. “Hemos perdido nuestros sueños”.
Fuente: AFP.