Cuenta la experiencia vivida hace algunos años con una amiga cercana, cuya hija de 16 años le afirma un día que se autopercibe varón, por lo tanto, pide que le cambien de nombre y realicen una cirugía de reasignación de género. La angustiada madre acepta el proceso, pero convence a su hija de esperar para realizar la operación que solicitaba y que sería irreversible. Con el tiempo, la adolescente dejó de fijarse en la idea –cuenta la mujer– y paulatinamente volvió a asumir su sexo biológico y retomar su vida habitual con normalidad. Tiempo después, había mencionado que aquello fue un “pensamiento de moda” en medio del ambiente estudiantil y las campañas LGTB. El relato del caso concluye con una frase de la mujer: “Traten de que esta ideología no entre con las leyes de Paraguay, porque una vez que entran, ya no tiene límites. Todo se impone”.
Como muestra basta un botón, dice el refrán. Se trata de una corriente de pensamiento que deshumaniza y vuelve a niños y jóvenes esclavos de emociones y pensamientos, y hasta evitando niveles de discusión, crítica o debate al respecto, incluso en los ámbitos profesionales médicos. Algunos filósofos, como Aristóteles, exponen que es de locos preguntarse por las razones de lo que la evidencia muestra como un hecho. Está claro que nadie podría vivir largo tiempo mentalmente sereno si se pasa dudando sobre lo que la evidencia muestra de manera clara.
Sin embargo, este es el corazón de esta ideología promovida por EEUU y la Unión Europea; solo basta mirar las leyes sobre igualdad de género y educación sexual aprobadas en varios países. Lo que importa no es la realidad objetiva, sino la idea y las sensaciones que uno tenga. Salvando ciertos casos en donde la medicina debe tener un dictamen al respecto, algo no está correcto en esta línea de pensamiento.
En países como Canadá, en donde se reconocen más de 78 géneros, una persona puede terminar denunciada si nombró de forma equivocada a un sujeto que se autopercibía distinto de lo que la realidad física y biológica mostraba.
Es absurdo, desde un punto de vista filosófico y científico, sostener que “mi autopercepción constituye la realidad”, señala el sociólogo Agustín Laje. Y añade que una ideología tan absurda solo puede tener tal vigencia gracias al apoyo económico y el poder político. Se impone con la fuerza del Estado y el dinero de los gobiernos.
En países cuyos gobiernos promueven la ideología de género, con todos sus derivados, los padres, por ley, han perdido la patria potestad en cuestiones relativas a identidad de género y educación sexual. Es decir, ante estos temas sensibles de la formación de los hijos, el Estado te dice: “Aquí no te metas, aquí mando yo”. Una locura. En Argentina en 2015 había un proyecto de eliminar el término patria potestad del Código Civil a fin de tener plena libertad para aplicar la ESI (educación sexual integral). Algo no funciona y es perverso cuando se quiere eliminar a los padres de familia de la educación de los hijos.
En una sociedad que niega la existencia de verdades objetivas, el desafío es educar en el realismo. Volver a mirar y aprender de la realidad en vez de querer forzar la idea que se tenga sobre ella. Este es un proceso saludable. Poca observación y mucha teorización llevan al error, advertía Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina. Algo de esto debemos aprender, pues, como lo dice la siquiatra y escritora, Marian Rojas-Estapé, el cerebro necesita de la realidad para activarse y proyectarse; es ahí, y no en mi imaginación donde vive y experimenta el amor, el dolor, se puede crecer, sufrir, reír y madurar.