04 jul. 2024

Enredados

Hay algo de adolescentes ingenuos en las redes sociales. Y no es solo por la autorreferencia banal, la falta espeluznante de autocrítica y el sobredimensionamiento pueril de los hechos

Se ve un infantilismo mal disimulado en la exposición constante de una moralina sin matices.

Hay un patoterismo políticamente correcto que no permite una discusión proactiva para entender mejor las cosas y buscar soluciones realistas a los problemas de la sociedad. Todo es un parteaguas. O estás conmigo o sos el mal en camisillas. Y el maldito algoritmo —arcano de brujos millonarios y sin rostros visibles— potencia hasta el hartazgo este esquema enfermo.

Tras el terrible tiroteo del fin de semana pasado, en el festival Ja’umina de San Bernardino, una pobre madre de familia asesinada por poco no alcanzó en las redes el rango de santa. Supongo que ayudó a su entronación en el santoral temporal de internet que era conocida en ese ámbito, que había ciento de imágenes de ella, que era joven y bella, y que —y esto es lo verdaderamente triste— fue víctima de un infame asesinato. Y lo fue en un lugar donde debía haber diversión, distensión y alegría; aunque ella encontró allí balas, sangre y muerte; y dejó para su familia un padecimiento inexplicable.

Duele decir —como dicen los expertos— que sea apenas una víctima colateral. Yo creo que es una víctima central de un drama que se está escapando de las manos de las autoridades por una mezcla de inoperancia y complicidad: el narcotráfico y sus derivados, el lavado de dinero, el sicariato y la obscena exhibición del dinero mal habido.

(Volviendo a las redes, ese mundo aparte de perfección dudosa. La justificada solidaridad por tan vil muerte poco a poco dio paso —quizás por desconocimiento, ingenuidad o una cerval taradez— a la exposición desubicada de los hijos de la asesinada, los que tienen para el resto de su vida una terrible marca de fuego en el alma que ninguna caridad telemática podrá subsanar. Sea por bondad u otra cosa menos digna no se respetó el duelo de estos inocentes. Y como las tragedias se transmutan en farsa, se llegó a discutir si la muerta no encarnó en una influencer al parecer colombiana que se le asemeja. Además, una autodenominada modelo transmitió, entre risas, en vivo el velatorio. Y paremos de contar por vergüenza ajena).

La balacera fatal en el corazón del verano bien avenido de este terruño alejado del sentido común marcará un antes y un después en muchos aspectos. Uno de ellos es la organización de eventos de este tipo de una forma más profesional, tanto en seguridad policial como en asistencia para urgencias médicas.

También está la progresión de la actividad delictiva más descarnada hacia los centros urbanos con mayor población. El asunceno perdió en este evento la inocencia. El sicariato le golpeó donde menos se esperaba. Y allí el uso inteligente y maduro de las redes es más que importante.

Llegó la hora de pedir justicia y responsabilidad a las autoridades políticas, judiciales y policiales. Dejaron crecer al monstruo narco y hay que ver si están a tiempo de volver a acorralarlo.

Hay que salir de la comodidad de las redes. Hay que ganar las calles. La delincuencia no nos debe matar la alegría.

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