18 dic. 2024

Entre flagelos y privilegios

No culmina aún el primer mes y se evidencia un panorama sombrío: Los golpes van y vienen, el bolsillo está resentido y sin visos de paliativos para algunas angustias. Mientras, en la burbuja de los altos funcionarios se consolida la danza de futuros cargos, reposicionamientos, internas furibundas y otras perlitas

Pasamos a detallar: La nueva variante del coronavirus hace estragos, los contagios se multiplican y sólo se sostiene el sistema de salud al no haber ocupación masiva de camas ni de terapia.

Se suma la agobiante sequía que impacta a los pilares que hacen ingresar divisas al país, además de los pequeños horticultores; los cauces hídricos están afectados y continúan los pirómanos haciendo su agosto en pleno enero, generando enormes daños al ambiente con incendios provocados, tanto en el interior como en los alrededores de la misma capital: El aire es irrespirable.

El pequeño infierno que padece el país (ciertamente no es exclusivo de Paraguay, ya que la región está siendo azotada por el fenómeno) lleva a situaciones insostenibles. Temperaturas mayores a los 40 grados por varios días deprimen a propios y extraños, afectando en todos los órdenes. A veces ya ni se puede pensar, de tanto calor.

Al momento de rogar a los cielos que por lo menos la inflación no se siga agregando a los padecimientos de la gente de a pie, se cierne en el horizonte una nueva escalada en el precio de los combustibles, factor clave para que se desaten nuevamente una serie de incrementos en la canasta básica. Los precios internacionales del crudo y el dólar ascendente lanzan la flecha certera al corazón del ya agonizante trabajador, que apenas sobrevivió el 2021 y avizora mayores deudas en el flamante año, sin que se perciba algún oasis de relativa y momentánea paz en su futuro inmediato.

No obstante, perdura una casta privilegiada de angurrientos representantes del pueblo, principalmente el alto funcionariado, que ya activó desde hace tiempo la maquinaria del rekutu (perpetuación en el cargo), institución cimentada en los puros intereses de facción, en los arreglos bajo la mesa y entre cuatro paredes para caer bien parado e inaugurar un nuevo periodo de gozo ilimitado.

Ya se perfilan o bien se instalaron candidaturas, los tiroteos mutuos se dejan notar con cada vez más fuerza, y la acción propia del estamento público se ve teñida, de nuevo y casi sin respiro, por un rojo intenso que acompaña cada acción del gobierno. En resumen: Toda inauguración, ampliación o habilitación (aunque sea un simple cajero automático) ya es meramente partidario, de cara a mostrar el mejor rostro ante la incrédula ciudadanía, harta de los manejos discrecionales que se hacen de sus tributos.

Una reciente encuesta concluye que 8 de cada 10 jóvenes paraguayos no está dispuesto a tolerar a candidatos corruptos, de cara a las elecciones próximas. Qué bueno será traducir esa percepción en el hecho concreto de castigar a los aspirantes con fojas negativas y antecedentes oscuros, quienes ya están anhelando atornillarse al cargo.

El servicio público dejó de ser, lamentablemente, la vía para mejorar la calidad de vida de la población, escuchar los clamores, intentar aplacar la problemática que envuelve a una sociedad, con políticas transparentes y beneficiando a la mayoría. Se sabe que hay una maquinaria bien aceitada de compra de curules, abrazos hipócritas y tragadas de sapos que llevan al mantenimiento del statu quo en el arco político.

Frente al abandono que nota la ciudadanía de parte de sus autoridades, le queda sólo seguir quejándose o bien autogestionando sus anhelos, tal como las polladas durante el duro trance de la pandemia. Se hará notar, ciertamente, la sonrisa del candidato en busca del voto, y se replicará el rito conocido hasta llegar a las urnas; pero mientras no amainen los flagelos citados más arriba, todo será igual o peor: Angustia para la mayoría, privilegio para la casta de siempre.

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A continuación, una columna de opinión del hoy director de Última Hora, Arnaldo Alegre, publicada el lunes 2 de agosto de 2004, el día siguiente al incendio del Ycuá Bolaños en el que fallecieron 400 personas en el barrio Trinidad de Asunción.