En este escenario, hechos, personajes y situaciones de gran relevancia terminan relegados a segundo y tercer plano. Y así, tristemente, también surgen las víctimas de primera y segunda clase. Aquellos que interesan, porque son tendencias, y otros que si bien requieren visibilidad no tienen relevancia noticiosa. O, peor aún, son objeto de autocensura porque no van con la línea progresista del pensamiento moderno.
El pasado domingo 5 de junio un grupo de hombres armados, presuntamente musulmanes de la etnia fulani, ingresó a la iglesia San Francisco Javier, en Nigeria (África), y asesinó a decenas de personas, unas 50, según estimaciones. Los hombres armados abrieron fuego y detonaron explosivos mientras los asistentes, entre ellos muchos niños, celebraban la Misa de la Solemnidad de Pentecostés. Un evento trágico, cargado de violencia y sangre. Sin embargo, para muchos pasó desapercibido, no llegó a las grandes plataformas. Y como este, muchos otros casos.
Periodistas y analistas se preguntan por qué este trágico evento no se convierte en un escándalo internacional o tendencia en redes sociales, a diferencia del problema matrimonial entre la cantante colombiana Shakira y el futbolista Gerard Piqué o el nuevo juicio entre las estrellas de Hollywood, Angelina Jolie y Brad Pitt, por poner ejemplos. Está claro que estos últimos son igualmente episodios muy tristes, pues el quiebre de una familia es siempre un hecho que lamentar y una pérdida para la sociedad. Sin embargo, la cobertura de prensa y en redes ha sido notable y genera preguntas.
El escenario es complejo y requiere considerar numerosas variables para intentar llegar a un reflejo de verdad al respecto; desde la fama de los protagonistas involucrados hasta el conocido tema del morbo y el sensacionalismo en la prensa; el debate sobre el valor de la llamada noticia dura y el de la prensa rosa, la incógnita sobre los motivos que mueven a tanta gente a buscar cuestiones relacionadas con la intimidad de la vida sentimental de otras personas, entre otros tantos puntos.
Pero más allá de estos elementos de análisis o de la preferencia a tal o cual noticia, el comportamiento de los medios y consumidores de redes expone una suerte de radiografía de nuestro tiempo.
Hay realidades crudas que enfrentar, analizar y cuestionar. Hay criterios periodísticos que determinan el peso de una noticia, así como maneras de ver y opiniones que definen las tendencias en redes.
Muchas veces un atentado en África no tendrá la misma valoración que uno en París o Nueva York. Se hablará de una guerra y será trending topic mientras sea “novedosa”, pero luego nos olvidaremos de ella y quienes están allí en el día a día. La prensa destacará el maltrato a una mascota y será tendencia, pero no se animará a hablar del maltrato cruento que sufre un niño por nacer sometido al aborto; eso será políticamente incorrecto; expondrá con insistencia el problema sentimental de personas famosas, porque atrae los clicks.
Es una placa radiográfica difusa en donde se identifican deseos, carencias, soledades colectivas, frustraciones y valores personales. Pero hay que decirlo: algo no está bien cuando un romance o infidelidad matrimonial preocupa más que una masacre. No se trata de buscar culpables sino de hacernos la pregunta del por qué estamos así. Quizá el desafío para los medios es ir más allá de criterios puramente noticiosos y buscar la compresión de realidades y personajes que parecen lejanos y, por ello, sin aparente valor, aunque ello no sea así. Fortalecer empatías con personas anónimas, pero reales que tienen sufrimientos reales. No como un espectáculo o reality sensacionalista, sino como forma de promover una mirada más abierta y humana hacia la realidad.