Catalo Bogado y Gilberto Ramírez resumen perfectamente en su poema Oda a Arsenio Erico. “Llega feliz, con la frente alta y el corazón lleno de goles; ofrenda sus preseas y medallas y nos invita a borrar tanta espera”, reza el verso en uno de los párrafos.
Los restos del futbolista paraguayo más grande de todos los tiempos llegan hoy al Parguay, el país que lo engendró y que lo guardará para siempre en su eterna morada. Los tributos serán insuficientes, pero un poco de reconocimiento póstumo será importante de la gente que nunca lo vio jugar.
EL RETORNO. Salió ayer, a las 14.30, desde el club Independiente y esta mañana, a las 7.00, se le hace la última despedida en territorio argentino, en la cabecera del puente San Roque González, en Posadas. De este lado del río Paraná será recibido a las 8.00 por una comisión parlamentaria, presidida por el diputado Salustiano Salinas y una caravana lo acompañará hasta la capital.
MEJORES PROSAS. Cátulo Castillo le dedicó un tango: “Pasará un milenio sin que nadie repita tu proeza, el pase de taquito o de cabeza. Y todo lo hacía con elegancia de bailarín”.
Erico nació el 30 de marzo de 1915 en Asunción y llegó a Buenos Aires en el 34, como parte de una comisión de la Cruz Roja que disputó un amistoso en la cancha de Boca. 12 mil pesos le costó a los dirigentes de Independiente convencerlo. Desde ese año y hasta 1946 jugó 325 partidos oficiales. En 1947 disputó otros siete para Huracán. A las 22.50 del 23 de julio de 1977 hizo su última gambeta.
TRIBUTO AL ÍDOLO. El club Atlético Independiente despidió ayer en el hall de la sede social del club rojo. Lo socios vitalicios que tuvieron la suerte de verlo jugar y hacer la insuperable cantidad de goles que marcó, fueron llenando el club, con camarógrafos y periodistas .
A 14.00 retiraron el ataud, repleto de rosas, de la sede social. Los hinchas lo despidieron al grito de “se siente, se siente, Erico está presente...”