Los primeros se anotan en los rubros de la estabilidad macroeconómica, la obtención del ansiado grado de inversión, el aumento de la recaudación tributaria y el acuerdo sobre la tarifa de Itaipú. Las deudas pendientes apuntan a lo social, sobre todo en salud y educación, donde nuestro secular atraso no muestra atisbos de cambio.
Pero no quiero extenderme sobre estos temas, sino analizar una de las cuestiones más distópicas de la realidad paraguaya. Este país funciona sin que exista una oposición visible. Por lo menos una real, efectiva, que cumpla el rol que se espera de ella. La hegemonía de la ANR en los tres poderes del Estado tiñe de colorado todos los espacios de discusión política. Por fuera de ese partido hay vida, por supuesto, pero tan apática y apagada que solo se reduce a unas pocas voces –la mayor parte de ellas femeninas y parlamentarias–, insuficientes para pintar de diversidad la escena pública. Ya eran minoría, antes que, desde el Quincho, decidieran borrar a Kattya.
EL PLRA solo empieza a padecer lo que se preveía hace años. Con el agotamiento de la vida útil de sus últimos líderes con peso territorialmente extendido –Alegre y Llano–, la falta de un recambio emocionante es evidente. Para peor, parte de la nueva camada dirigencial parece tener la misma “Cartes dependencia” que desprestigió su historia de lucha y que, de no corregirse, lo mantendrá en la llanura por una buena década más.
La izquierda ha vuelto al estatus que tenía en la era pre-Lugo, lo que nos retrotrae unos 17 años. Tampoco hubo en este espacio, disgregado y sectario, una renovación importante de figuras. Ha surgido sí, una tercera fuerza inesperada que se alimentó del malestar que cunde en la sociedad. Pero los 700.000 votos de Payo Cubas fueron un hecho más social que político y no se encasilla en una ideología específica.
Odio ser autorreferencial, pero no puedo evitar recordar que pocos días después de las elecciones de 2023 escribí: “Payo nos legará una nutrida bancada parlamentaria amateur, desconocida y casi seguramente poco preparada para funciones tan sensibles”. Y eso que, en la época solo tenía referencias de Mbururú Esquivel –quien finalmente no asumió por estar preso– y desconocía quiénes eran Zenaida, Yami Nal, Chaqueñito y Jatar Oso. No hacía falta ser clarividente para predecir que estos oportunistas serían cooptados por el cartismo. Pues bien, si a esta ausencia de oposición política le sumamos que vivimos una de nuestras iterativas épocas de desmovilización social, silencio sindical y apatía estudiantil, estamos dibujando el actual paisaje escarlata de la política paraguaya. Eso sería un simple rasgo atípico del comportamiento nacional, si no fuera, además, un síntoma de nuestra debilidad institucional. Es simple: Ninguna democracia que se precie funciona sin una oposición responsable y combativa. Ni los opositores ambiguos ni los que son intransigentes apenas para elevar el precio del soborno aportan al control del gobierno.
El supremacismo cartista es tan exuberante que convierte la discusión política en meros comentarios del internismo colorado. ¿Podrá Santiago Peña negarse a cumplir alguna orden proveniente del sacrosanto Quincho? ¿Los seccionaleros lo obligarán a sacar a Óscar Orué de la Dirección de Ingresos Tributarios? Lea Giménez salió, pero ¿debemos creer su versión o la de su madre?
Fíjese que lo único que alteró los nervios del cartismo no fue una noticia proveniente de la oposición, sino de su mismo partido: Mario Abdo anunció su vuelta a la política. Porque bueno es recordarlo, Peña, Cartes y Abdo son del mismo partido. No me pida a mí una salida a esta absurda realidad. Soy bueno para describir situaciones. No tanto para encontrarle soluciones.