El objetivo de la enseñanza es preparar al alumno para que después de un determinado tiempo salga con una profesión.
Los secretos de la vida real no se develan en las aulas. Es decir, si uno, por ejemplo, quiere saber cómo tratar al sexo opuesto (o al propio, para ponernos a tono con la época) con alguna posibilidad de éxito y disfrute consiguiente debe agenciarse otros maestros fuera de las aulas. Lo que explica el tendal de relaciones fracasadas.
Si también se busca una relación más o menos armónica con el dinero, tampoco encontrará explicaciones satisfactorias de boca de su maestra. No creo que ellos con el sueldo al que fueron condenados estarán en condiciones para filosofar sobre el vil metal.
Básicamente no nos educan para ser felices. Ni siquiera nos muestran algún camino para ir tanteando. Nos educan para ser funcionales; no para la felicidad y sus derivaciones.
Si uno quiere aprender a vivir con algo más que la conciencia de una ameba, tiene que vérselas solo. La vida te enseña con sus sombras y luces, el tema es que cuando por fin entendés cómo es esta cosa de la vida estás a medio metro de la tumba y tu experiencia vivencial solo te sirve para fastidiar a tu nieto que es el único ser humano, más por candidez que interés real, que te hace caso.
Definitivamente, el terreno de las emociones no es cultivado por la sapiencia de las aulas. Obviamente en un centro de enseñanza más o menos dúctil te dan Ética y Filosofía. Pero es tan útil como la geometría explicando el dulce sabor de un beso.
La fe tampoco es muy ducha en esto de la felicidad. La mayoría de las creencias hablan de lo que te tocará en gracia en otra vida. Te exigen obediencia a los dogmas para ser más o menos feliz en este mundo a la espera de un paso superior, donde en teoría encontrarás la felicidad plena.
Para muchos eso de andar en la eternidad compartiendo con querubines en paños menores revoloteando por ahí no se acerca a la imagen de felicidad que busca.
Obviamente para otros la obediencia sin más es un camino seguro a la felicidad y se sienten satisfechos por esos derroteros. El problema de las creencias es que cercenan la libertad del hombre y no le dejan buscar su felicidad. Casi todas las confesiones no te dan elementos para buscar la dicha. Solo te exigen creer.
La filosofía te da caminos, la ética también. Pero uno llega a ellos cuando está crecidito y con los prejuicios bien asentados. Y ambas vertientes del saber pecan de dogmáticas.
En síntesis, el común de las mujeres y hombres, casi huérfanos de ayuda para ser felices. La felicidad parece no ser una preocupación de la sociedad. Cada uno debe arreglársela como puede y punto.
Independientemente de los caminos que uno elija, hallar la felicidad debe ser un imperativo categórico. Esta vida es tan breve que no vale la pena gastarla en rencores, frustraciones y minucias parecidas. La felicidad es una decisión que muchos no queremos tomar, pero debemos tomarla.