09 abr. 2025

Ese fanatismo absurdo y destructor

Miguel Benítez – @maikbenz

Fue gol de un jugador de Olimpia, argumentaba una parcialidad. Pero la jugada la hizo un futbolista de Cerro, retrucaba el otro bando. Esta discusión sobre qué equipo tuvo más importancia en el gol de Paraguay ante Argentina inundó las redes sociales días atrás. Claro, en el campo del fútbol esto se puede tomar como el popular folclore, el cual finalmente no hace daño a nadie. Pero es solo un ejemplo de cómo asuntos banales y serios tienden a dividir a la población local.

El disenso y la discusión en tiempos democráticos siempre serán sanos. De hecho, es lo que termina construyendo a la sociedad. Sin embargo, el problema aparece cuando esas ganas de pelear tienen ridículos orígenes y se escudan en facciones políticas, ya sea para justificar prácticas corruptas e incluso para fundamentar la intolerancia. La situación se agrava cuando el fanatismo desencadena en agresión verbal o física.

El bochorno ocurrido semanas atrás en la obra teatral Las Locuras del Mariscal solo volvió a poner sobre el tapete el trauma del sistema binario en Paraguay. Esa explicación tan básica de que si sos defensor de un lado no podés ser simpatizante del otro y ni siquiera podés ser crítico con tu propio clan.

La parodia realizada por jóvenes artistas hizo que lopistas y antilopistas refloten su eterna batalla, y no faltaron las mutuas descalificaciones. Todo eso, por una simple obra teatral. La libertad de expresión está garantizada para todos, pero intentar censurar o agredir a los demás para defender una posición, como aconteció en la Alianza Francesa, no tiene razón de ser.

Pareciera ser que todavía gran parte de los paraguayos, al nacer, son impregnados con un código de barras que les ubica en uno u otro lado, listos para combatir. Colorado–Liberal, Cerro–Olimpia, derecha–izquierda, comunista–capitalista, religioso–ateo, etc. En el deporte, las aficiones son normales y válidas, pero cuando se extrapola ese pensamiento binario a escenarios tan delicados, que afectan a los demás, deja de ser simplemente una manera de pensar.

Es lo que ocurre en la política y en la economía. El fanatismo por los colores y la dificultad para construir consenso nos mantiene sumidos en años de corrupción e intolerancia. A los gobernantes de turno les conviene mantener fidelizados a sus seguidores, para lo que recurren a las cuotas prebendarias. A los opositores coyunturales también les conviene arrear escuderos para proteger sus intereses, y sus prácticas no son menos deleznables. Y ese círculo vicioso gira y gira, sin notarse una mejor calidad de vida en el país. No existen eficiencia en el gasto público, ni inversiones de magnitud en salud y educación. Simplemente, porque las prioridades están de cabeza.

El ejercicio de la crítica y la aplicación del mea culpa no figuran en el manual de los denominados representantes del pueblo. Hasta ahora no ha salido un solo referente de gobiernos anteriores (colorados y aliancistas) a admitir que se equivocó en algo, ni pidió disculpas por ello. Y errores existieron a cataratas. Pero claro, el fanatismo siempre puede más.

UNA LUZ DE ESPERANZA. Afortunadamente, el raciocinio está despertando en muchos compatriotas y prueba de ello han sido las últimas movilizaciones contra los senadores salpicados por la corruptela. Satisface sobremanera ver que personas afiliadas a un partido critican, decepcionadas, a la persona por la que votaron en las elecciones pasadas y exigen su destitución.

La corrupción no pondera fanatismos. La falta de servicios básicos en hospitales públicos, la caída de techos sobre niños en escuelas, las calles destrozadas, el incremento de la delincuencia y la pobreza afecta a todos. Algunos tal vez sientan menos, o lo nieguen porque tienen que devolver favores, pero al final la factura llega.

Los próximos comicios municipales serán un buen ejercicio para examinar si hemos evolucionado como sociedad o si todavía los mezquinos fanatismos nos dominan.