Este pequeño Paraguay dentro del Paraguay; este Estado que cuenta con más de 16 mil habitantes es un territorio hostil donde sobrevive el más fuerte. Se mueven grandes cantidades de dinero para comprar impunidad; la corrupción es la ley suprema: Por encima de ella nadie, por debajo de ella, todos.
Existen los ricos que solo se privan de un trozo de libertad pero luego se pueden dar todos los gustos. También está el pobre, cuya familia debe recurrir a malabares para juntar dinero que les permita conservar lo poco que les queda de dignidad.
Los que no pueden pagar por un techo o por un colchón deben sobrevivir como sea en condiciones subhumanas.
En ese otro Paraguay, si no formas parte de la pléyade de acomodados, tendrás que acostumbrarte al hacinamiento, a la falta de agua, que te sirvan un puchero yrei en un envase cortado de gaseosa. Aprenderás a dormir con un ojo cerrado y otro abierto para evitar ser víctima de robo o de otros peligros ante la escasez de agentes penitenciarios para el control. Ni hablar de la tortura, de tratos humillantes y otras vejaciones.
Ya los escucho todo, amigos lectores, vociferando y descargando su rabia contra las teclas, si llegan a leer este artículo: “¿Cómo lo que querés que vivan si son delincuentes?”, es el pensamiento de gran parte de la sociedad que ingenuamente sigue creyendo en el cuento de la mano dura.
El problema es mucho más complejo, porque nos guste o no, estamos hablando de personas y con el incumplimiento de sus derechos básicos se corre el peligro de aumentar la presión de esta caldera que hierve ahí en la trastienda. Así se dan las fugas masivas, los motines sangrientos, las muertes despiadadas.
En ese “Estado paralelo” también tiene una gran influencia el crimen organizado. Es un territorio cogobernado por facciones criminales nacionales e internacionales que se disputan el poder en sangrientos episodios, como está pasando en el resto del país.
Esta suerte de crisis penitenciaria constante les favorece a ellos para ir ganando cada vez más espacio y eso es peligroso, una amenaza para toda la sociedad. Les es propicio este escenario de injusticia para ganar adeptos y hacerse cada vez más fuertes.
La historia del Primer Comando de la Capital (PCC) cuenta que el grupo se inició en el interior de las cárceles de Sao Paulo, Brasil, con el fin de “combatir la opresión dentro del sistema penitenciario paulista”, según dice en su estatuto. En medio de este sistema, se convirtieron en una organización poderosa cuya influencia se extendió a nuestro país.
“Cuando no se tienen recursos en el sistema penitenciario, vos (el recluso) tenés que comprarte todo, y aquellas personas que no tienen siquiera un G. 2.000 reciben el apoyo del crimen organizado, en particular, del PCC. Ese es su mecanismo”, declaró en entrevista con ÚH Rubén Maciel, ex viceministro de Política Criminal como pintando un claro panorama de la situación que se vive tras las rejas.
Los últimos hechos sucedidos como la fuga masiva en el penal de Misiones y la posterior denuncia de tortura por parte de internos, lleva a la necesidad de mirar lo que pasa tras las rejas, poner atención a ese otro Paraguay del que se percibe una suerte de erupción soterrada.
Se debe recuperar el control total de las cárceles y tratar de implementar un modelo que busque garantizar los derechos humanos, con programas serios de reinserción, que permitan una lucha real contra los grupos criminales que ya están copando las prisiones y las utilizan como oficinas desde donde, no solo pretenden gobernar lo que pasa allí adentro, sino que mantienen en zozobra a todo el país.