22 abr. 2025

Esperanza

La misma que decimos en guaraní que no se enmohece y es para muchos en tiempos Pascuales el gran motor que nos mueve hacia horizontes más plenos y realizables. Paraguay es un país posible cuyos gobernantes lo han convertido en un gran vomitador de sus hijos que huyen por millones buscando mejores horizontes.
Todo lo tenemos adentro para ser felices, prósperos y desarrollados, pero los gobernantes se empeñan en convertir su territorio en yermo de oportunidades. Hay que salir porque no hay empleo digno y el que sea posible alcanzarlo solo se logra si algún político de ocasión somete a la indignidad mayor al postulante. Requerimos la esperanza de creer que podemos ser algo distinto a lo que somos. Esa es la fuerza que demandamos, pero con una convicción proactiva que nos lleve a poder alcanzarla.

La costumbre a creer que lo torcido y lo avieso es parte de la cultura nacional nos ha impregnado que ninguna épica es posible y que nadie con capacidad, honestidad y compromiso jamás recibirá el voto popular porque este es comprado, alquilado y subastado. Nadie con virtudes quiere trabajar para un pueblo que mayoritariamente cree que estas cosas no se pueden cambiar porque es una lápida colocada sobre un país emergente de la muerte.

La Resurrección de Cristo es inspiradora en ese sentido. Emergiendo de la tumba sellada con una pesada piedra se aparece a varios de sus seguidores que incluso siguen dudando de su vuelta a la vida. Tienen que comprobar si los clavos que lo atravesaron en la cruz existen y que el lanzazo en el costado de su cuerpo ha dejado cicatrices. Tiene que pedir que uno de ellos lo compruebe con sus propias manos.

La incredulidad incluso a la revelación nos vuelve incapaces de sobreponernos a los hechos. Admitirlos y buscar nuestras mejores capacidades para cambiarlos es la tarea.

Transitamos desde hace un buen tiempo el camino de la inmutabilidad. Nos acostumbraron a no merecer justicia haciendo de la impunidad un reino donde campea la delincuencia, el robo y la muerte. Solo un 1% de los delincuentes tiene condena, el resto apenas es investigado y las posibilidades de zafar entre los manguruyeses son inmensas.

Desde el presidente hasta el último de los administradores no temen a la justicia. Ella no atrapa a ninguno del parecido a ellos. Los legisladores exhiben impúdicamente sus inmundicias y dicen que son la democracia porque cada pueblo tiene el Gobierno que se les parece. Ellos se pavonean afirmando que son el pueblo mayoritario.

El mismo al que privan de educación para no saber distinguir entre el bien y el mal y al que pretenden que se arrastren en este valle de lágrimas para acceder una última y posible atención de salud. El mismo al que engañan diciendo que dejaran de tener hambre y ser pobres porque comen una vez 180 días al año y que el resto... que se vean y que sobrevivan. Ellos, desesperanzados de los programas sociales entregados como la comida a cuentagotas y miserable.

La esperanza es ver que esto no puede seguir así que como país nos merecemos un mejor destino y que rebelarse contra esta realidad debe ser posible para no acabar con futuro enmohecido.

La Pascua de Resurrección es un grito esperanzador de que podemos ser mejores que lo que somos y que este país de apenas 6 millones de habitantes no se merece estar rodeado de tanta pobreza, corrupción e impudicia.

Debemos animarnos a resurgir, a resucitar. A extraer nuestras mejores virtudes que nos sirvieron en varios momentos de la historia.

No nos contentemos con sobrevivir y tolerar a los Pilatos, Caifás o Barrabás. Merecemos un Cristo del amor, coraje, fuerza y trascendencia y eso de nosotros depende con una esperanza activa y lúcida y no cubierta de moho.

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