La grave crisis económica está haciendo pasar muy mal a la mayoría de la población, pero el Gobierno no reacciona. Al parecer, dentro de la idea de que la macroeconomía está bien –que no es tan real–, prefiere girar la cabeza y ocuparse de Venezuela, de los atentados en otro continente o protagonizar peleas pueriles que le “hacen temblar de miedo” discutiendo con quienes reclaman atención a la salud de la población.
El presidente, Mario Abdo Benítez, no se hace cargo de nada. En Palacio esa actitud no perturba a su entorno inmediato que sigue recibiendo los privilegios del poder, por lo que guardan cómplice silencio.
No hace falta explicar lo que sucede. Con las compras diarias para satisfacer las necesidades de la casa uno puede notar que hace mucho –y empeora– los precios están por las nubes. La plata no alcanza, el salario mínimo se extingue y millones de paraguayos viven al borde de la necesidad y de la incertidumbre de si habrá un mañana. Más frecuente que lo habitual escuchamos decir: por cien mil uno ya no compra nada, y exhiben 5 cosas elementales que no durarán 3 días. En paralelo hay por lo menos un millón de compatriotas que deben sobrevivir con un dólar al día –o nada– o morir en el intento.
El actual Gobierno no tiene un plan definido para hacer frente a la crisis.
La llamada desaceleración económica (nombre amable para no decir con crudeza que estamos caminando hacia el abismo) que los sectores asalariados, de servicio, comercio y producción denuncian, está provocando el cierre en efecto dominó de comercios e industrias. La consecuencia inmediata de esto son miles de personas echadas a la calle, desempleada, de la noche a la mañana.
El efecto es de carácter nacional.
En el campo la producción de la agricultura campesina está en franca merma, sin apoyo técnico ni crediticio; agravada por la pérdida de masa boscosa y otros recursos naturales por causa del agronegocio extractivo y destructivo; y la migración ininterrumpida de legiones de campesinos e indígenas hacia los círculos de miseria de las periferias urbanas.
El presidente Mario Abdo Benítez no se da por enterado.
El Poder Ejecutivo se rehúsa a reconocer lo que está sucediendo y lo aborda con pleonasmo para no asumir su fracaso en la materia. Hace como un mes o más, en un amague de preocupación anunció que a través del Ministerio de Obras Públicas se desplegarían acciones para frenar la crisis. Este propósito de keinesianismo tardío solo fue para las cámaras y micrófonos. No existe tal medida en la práctica. Las obras están paradas o a media marcha, no hay nuevos emprendimientos de envergadura que generen empleo ni pongan a circular dinero, ni otras medidas de emergencia visibles. Tampoco los anunciados préstamos a más bajo costo rindieron efecto notable.
Como era de esperarse, para el Gobierno la principal causa de la aguda crisis económica interna son los factores externos, el difícil cuadro económico regional y la baja tasa a nivel internacional, que es inferior a periodos anteriores. Fuera de este incompleto diagnóstico no hay más nada concreto. No hay respuesta, no hay diseño de estrategias de contingencia ni preocupación.
Ahora que el fuego empieza a llegar al borde de la sartén, el BCP resolvió transitoriamente refinanciar, formalizar y reestructurar las deudas de los sectores agrícola y ganadero. En esta franja casi la totalidad del beneficio quedará en los grupos que mueven grandes capitales. El resto seguirá observando, sin chance.
Alrededor todo está empeorando.
La crecida del río Paraguay pone el panorama de rojo a morado; y el martes se dispuso el aumento del costo del pasaje del transporte público –de pésimo servicio– en poder de empresas privadas. Esto preanuncia más inflación.
Ivai ko amenása.
Tal vez vaya siendo hora de recordarle a Mario Abdo cuáles son sus obligaciones como presidente y deje de actuar como un adolescente.