Guillermina Kanonnikoff, activista y luchadora contra el régimen de Alfredo Stroessner, relató cómo las Ligas Agrarias le mostraron las miserias en el campo, su militancia en la Organización Primero de Marzo (OPM), su maternidad en prisión, la tortura y muerte de su esposo Mario Schaerer Prono, y cómo llevó a la cárcel a torturadores.
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–¿Cómo iniciaste tu compromiso social?
–Nosotros éramos catequistas, gente impregnada de idealismo, de querer que la gente tenga igualdad de oportunidades... Yo le conocí a Mario a los 15 años; él tenía 17, fuimos novios cuatro años y luego nos casamos... Él estaba en el Cristo Rey y yo en el Corazón de María, nos conocimos a través de las misas que eran el único espacio de libertad donde los jóvenes podíamos decir lo que pensábamos sobre la realidad del país.
En julio de 1972 conocí la experiencia de las Ligas Agrarias, yo estaba terminando el sexto curso, y eso marcó mi vida, al ver la miseria y la lucha del campo, que el dictador definió como comunismo, pero era gente del sector de la Iglesia más comprometida.
–¿Cuándo iniciaron su militancia con Mario?
–Me casé con Mario, el 29 de diciembre del 73, y ya desde la universidad militamos en el movimiento independiente, hasta que aparece la propuesta de la OPM (Organización Primero de Marzo), en mayo del 75. Sabíamos lo difícil de hacer una lucha clandestina en medio de tanta represión, pyragues, y los propios parientes que filtraban información.
Había mucho prebendarismo, el Poder Judicial era totalmente sometido al Poder Ejecutivo, y el Poder Legislativo no existía, el dictador manejaba todo. Sabíamos que esa política del miedo era para someter a la gente, pero no todos fuimos sometidos.
–¿Cómo fue la detención?
–Nuestra casa fue allanada en la madrugada de un 5 de abril (1976). Vivíamos a lado de un cine de barrio y con nosotros vivía Juan Carlos Da Costa, y ese domingo habían estado Miguel López Perito y Diego Abente. Vimos desde el techo de la casa la película La huida, y dos horas después nos tocó lo mismo. A las dos de la mañana entra la Policía, yo ya estaba embarazada de siete meses, se escucharon los pasos y luego los disparos.
Después nos enteramos de que eran unos seis policías que buscaban a Juan Carlos, ya habían caído otros. Saltamos de la cama y corrimos, apagué la llave principal y quedamos a oscuras, Juan Carlos sale y vuelve a entrar, cae encima mío sangrando a borbotones, sentí la sangre coagulada entre mis dedos y ya no podía hablar, Mario me agarró y me dijo que corra porque ya no podíamos hacer nada por él. Salté a un pozo de basura y pasé entre varios tejidos de alambre, el último ni sé cómo hice, habrá sido la adrenalina y el instinto de protección a mi hijo. Salí a la calle y corrimos con Mario al colegio San Cristóbal, donde éramos profesores de orientación cristiana. Mario tenía un roce de bala en el empeine del pie derecho, las monjas le curaron, no era grave, y yo vi al padre Raimundo Roy tomar el auto e ir hacia la comisaría, y le dije a Mario: “Nos están entregando”.
Cuando vino a comunicarnos, que la Policía venía, Mario le tomó la cara y le dijo: “Padre, usted es un cobarde, hace lo que Judas hizo con Jesús, luchamos por lo mismo, por la liberación del pueblo”.
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–¿Qué pasó después?
–A las seis bajamos, los alumnos nos miraban, llegamos a las nueve a Investigaciones; Mario y yo nos abrazamos y besamos frente a la puerta, después nos metieron a patadas, tuve sangrado toda la noche y casi pierdo a mi hijo Manuel. Yo estando en la celda podía escuchar los gritos de Mario siendo torturado, decía: “Dios mío, Dios mío, Nenena, mi amor”, a mí me dicen Nenena, fue terrorífico. Le llevaron a Vigilancia y Delito, donde le torturaron toda la noche, mi marido actual fue el último en verlo vivo, primero habían torturado a Miguel Ángel López Perito en esa pileta, yo lo vi a él, parecía que iba a morir, le brotaba sangre del oído, porque lo que hacían era sumergirte del revés en la pileta con los pies y manos atados, se paraba alguien encima y te golpeaban el oído con el agua para que te entre, y vos sentís que te morís, se vomitaba, defecaba, y el siguiente entraba en la misma pileta.
A Melquiades Alonso le torturaban delante de Mario, y viceversa, la tortura era para quebrar a la persona, sacarle información y traer a más presos. Mario y yo nos habíamos jurado que no hablaríamos, por más que me viera con la panza abierta o yo a él con la cabeza decapitada. La Policía les golpeaba con un sable y cortaba, y la camisa entraba en la piel y cuando se tenían que quitar les arrancaba la carne.
–¿Había muchos?
–Eso estaba repleto de presos para las nueve de la mañana, creo que fue una de las represiones más grandes, más de diez mil detenidos, y no había hábeas corpus de nuestros padres que funcionara, cuando eso Luis María Argaña era el presidente de la Corte Suprema de Justicia.
–¿Qué vino después?
–Recién 22 días después me enteré de boca de mi padre que a Mario lo habían matado, no lo podía creer... dijeron que murió durante un enfrentamiento y que no había llegado a ser detenido. Manuel nació estando yo en la Comisaría Primera, tenía terror de que me lo roben... Luego nos llevaron al penal de Emboscada, ahí en una celda ocho mujeres y dos bebés... Luego de salir me fui a España dos años y cuando volví me volvieron a apresar como “depósito” casi un mes...
–¿Cómo fue la querella?
–Cuando cayó Stroessner y subió Rodríguez analizamos y concluimos que el caso con más pruebas era el de Mario, él entró vivo y salió muerto... Yo asumí y teníamos muchos testigos, probamos todo y ganamos en las tres instancias... Cuando se encontró el Archivo del Terror, el juez metió su mano en una pila de documentos y encontró la ficha de Mario. Logramos justicia gracias a la presión ciudadana. Fueron condenados Pastor Coronel, Juan Martínez, Lucilo Benítez, Camilo Almada Morel (Saprisa), 25 años, y Brítez Borges a 6 años.