Tenía solo 8 años cuando el destacado poeta José L. Melgarejo visitó Alfonso Tranquera (Cordillera) y se sorprendió con sus habilidades para imitar aves, y lo nombró “profeta en su pueblo”, vaticinando que ese niño llegaría muy lejos. Pasaron más de 7 décadas y Quemil Yambay mantiene su habilidad, que, junto a su voz y carisma, lo hicieron recorrer escenarios de Paraguay y el mundo.
Hoy, alejado del ruido, don Quemil (81) vive tranquilo, rodeado de sus afectos, componiendo un poco, recordando anécdotas y sobre todo extrañando el cariño de la gente, aunque mantiene el contacto con su público a través de las redes sociales, del programa de radio que conduce con su hijo Chayanne y de las visitas que recibe en su casa.
“Estoy muy feliz porque mucha gente me recuerda, aunque nda che deprovecho guasui ko (no soy muy útil). Seguramente Dios me dio esta virtud y talento, me llaman de todos los lugares”, dice el autor de Mokõi guyra’i, Lidia Mariana, Rohejáta che morena y otros clásicos del repertorio local.
También extraña la adrenalina de los shows, por eso cuando puede acompaña a su hijo Ulises y su nieta Arami en las actuaciones de su grupo Retrocumbia. “La semana pasada actuamos en Itá”, cuenta Yambay, emocionado porque la vida le da la oportunidad de cantar con sus hijos y nieta.
Como pocos músicos, don Quemil lleva una vida tranquila, sin apremios económicos, gracias a la ayuda de su familia y las regalías que cobra, porque la pensión graciable que recibe es insuficiente para los gastos de una persona de su edad. “Vivo bien, gracias a mis hijos, cobro APA y AIE, y tengo mi pensión de G. 1.500.000, pero péa ko enseguida ohopa mercádope (eso se va todo en el mercado)”, dice.
Inicios. Con memoria prodigiosa, Quemil recuerda que con sus escasos 17 años fue fichado en el club Cerro Porteño como jugador de fútbol, otra de sus cualidades. “Nadie me atajaba en la cancha, después nomás los doctores me inspeccionaron y me dijeron que no podría seguir jugando porque tenía problemas de vista (...) y alguna vez me tenía que quedar así, ciego”.
Lloró mucho esa noche, pero su madre con cariño le dijo: “Ani rembyasy che memby, Ñandejára ko tuicha, ha ojuhuarã la ojapoykavearã ndéve. Nde ko nde vale (No vayas a sentir mi hijo, Dios es grande y va a encontrar qué mandarte hacer, vos sos guapo”, cuenta, melancólico.
Con las palabras de mamá en la mente se abocó de lleno a su otra pasión, la música, pero sin alejarse del fútbol, ya como espectador, siguiendo de cerca a Guaraní, el club de sus amores, al que incluso le compuso el Himno al Club Guaraní.
Desempolvó la guitarra que sus hermanos mayores le habían fabricado artesanalmente con tablitas y volvió a practicar. Meses después, con su talento y muchas ganas, dejó la capuera donde trabajaba y junto a don Eulalio Iglesias y sus hijos, Francisco y Marco, emprendieron viaje al entonces Puerto Pdte. Stroessner, hoy Ciudad del Este, donde se estaba construyendo el Puente de la Amistad, inaugurado en 1965.
Cantaban en cumpleaños o en los descansos de los obreros y ganaban buenas propinas. Volvió tras unos meses y le entregó las ganancias a su padre. ¿“Dónde encontraste esto, asaltaste un banco?”, me dijo, y le contesté: ‘no papá, eso nunca, gané de propina (...), y él pagó sus deudas por arados, machetes y demás... y lloramos juntos”, cuenta don Quemil, y entre lágrimas recuerda que, por eso, a su plantación de tabaco la llamó Pety mbaraka.
Desde allí no paró y la música le dio las más grandes satisfacciones de su vida: los reconocimientos (que llenan las cuatro paredes de su extensa sala), los viajes, las experiencias y, sobre todo, “el cariño de la gente”.
“Nunca pensé llegar lejos con la música, los más grandes eran Vargas Saldívar, Quintana Escalante, Peña González y para superarlos tenías que tener una virtud muy grande”, dice.
Inspiración. Bajo las premisas del que considera su grande maestro, Emiliano R. Fernández, también empezó a componer. “Como dice Emiliano, se escribe lo que se cree, lo que se siente”, y sus canciones pegaron fuerte y son himnos que transmiten la idiosincrasia del paraguayo, sus amores y vivencias. “Mi misión es hacer feliz a la gente”, apunta.
Respecto a su admirado tema 4 Kuña, comenta en tomo de broma: “Areko akue la cuatro kuña, pero ohopa chehegui Espáñape. Aha a heka, ha oupajeyma hikuái, había sido (tuve 4 amores, pero se fueron de mí a España y me fui a buscarles, pero vinieron todas otra vez)”.
Hasta ahora, compone sobre cosas en las que cree y otras que sintió en sueños, como su última canción que dice: “Ñandejára oñe'ê ko chéve amo yvate. He’i chéve, ‘ejúmana che rendápe. Emiliano ko oî ko’àpe. Hendie pe purahéi’. Ha che ha’e chupe: ‘heta ko che ndahaséi, pero mba’e piko ajapóta, oikóa mante oikóta, si ahátama nda juvéi’ (Dios me hablaba allá arriba y me dijo ‘vení ya junto a mí, Emiliano está aquí, con él canten’; y yo le dije ‘mucho no me quiero ir, pero qué voy a hacer, lo que va a pasar que pase, si me voy ya no voy a volver’)”.
“Pero ndahamoaiti –agrega–; ko’ápe akay’u hína (no me iré todavía, estoy tomando mate)”, dice, entre risas, al tiempo de invitar a que vayan a visitarlo.
El patrimonio histórico de la humanidad sigue componiendo y cuando puede sube al escenario. Extraña el cariño de la gente.
Seguramente Dios me dio esta virtud, este talento y me llaman de todos los lugares... Mi misión es hacer feliz a la gente.