La ética cívica, la ética política y la moral cristiana (con la que estamos comprometidos el 97,4% de los paraguayos, que hemos declarado ser cristianos) afirman que el soborno es delito. Un delito tan grave, que ha merecido en la lengua y el habla del pueblo varios nombres: coima, cohecho, mordida.
“El soborno consiste en el ofrecimiento o la solicitud de una dádiva a una autoridad o funcionario público a cambio de realizar u omitir un acto (o actos) inherente a su cargo”, Dicho de otro modo “es ofrecer algo a cambio de establecer un dominio corrupto fuera del orden establecido, con el fin de asegurar intereses propios”.
Etimológicamente, la palabra soborno viene del verbo latino “subornare”, que significa hacer algo “sub”, debajo, tapado, a escondidas, lo que añade malicia y gravedad al hecho de sobornar y aceptar el soborno, porque va contra la transparencia, a la que están obligados todos los funcionarios y sus autoridades, por disposición del artículo 29 de la Constitución y la Ley 5282/14.
La responsabilidad de este delito recae sobre el que soborna y sobre el sobornado, es cohecho, ambos son corruptos y corruptores, porque corrompen, destruyen el orden jurídico de la nación y las instituciones del Estado.
Si los sobornos se filtran en el Poder Judicial, la administración de Justicia queda esterilizada; si invaden las dos Cámaras del Congreso, senadores y diputados, desaparece la columna central que sostiene el ordenamiento jurídico; si penetran en autoridades y funcionarios del Poder Ejecutivo, se traiciona la voluntad y el derecho del pueblo soberano que les paga para que trabajen en el desarrollo y administración equitativa del bien común.
En la medida en que el soborno se extiende en los poderes del Estado, en esa medida el cáncer de la corrupción se hace incurable y fácilmente contamina a los partidos políticos y poco a poco al resto de los tejidos sociales.
En ese contexto de soborno, extendido en las instituciones políticas, se acrecienta la gravedad de la lesión a la ética y la moral, cuando se da la consolidación de la impunidad.
La historia demuestra reiteradamente que cuando los imperios y las naciones atropellan a la ética y la moral están abocados a la autodestrucción. Es obvio que si los sobornos se extienden en los tres poderes del Estado y esos sobornos quedan impunes, no sólo se quiebra el orden jurídico de la nación y se rompe el equilibrio político y el social, sino que el mismo Estado está internamente amenazado de desintegración, desaparece la democracia y al pueblo se le roba la soberanía y quedaría indefenso.
La ciencia y la experiencia histórica confirman que cuando los ciudadanos y sus autoridades ignoran o marginan la ética y la moral, las sociedades son caóticas y el caos es el escenario ideal para la prosperidad de los delincuentes y el más inseguro para los ciudadanos honestos.
En la hipótesis de una nación sin respeto a su Constitución y a su orden jurídico, con la ética y la moral marginadas, el futuro incubado es la tempestad.