16 sept. 2024

Europa: Desafíos inminentes a su estabilidad y seguridad

La guerra entre Rusia y Ucrania, así como la posible salida de Estados Unidos de la Organización del Atlántico Norte, representa peligros significativos para la estabilidad geopolítica de la región europea.

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Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de Política Internacional

Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa Occidental alcanzó logros de gran magnitud en cuanto a desarrollo democrático, prosperidad económica y vigencia de la paz en su territorio. Estos logros fueron apoyados de forma decidida por los Estados Unidos, nación que promovió la recuperación económica de Europa por medio del Plan Marshall y proveyó seguridad militar por medio de la Organización del Atlántico Norte (OTAN). Al culminar la Guerra Fría, las naciones europeas orientales también fueron receptoras de estos beneficios. A casi ochenta años del fin de la conflagración más destructiva de la historia, el continente europeo goza de una prosperidad económica y social sin precedentes en su historia y fue definiendo junto con su aliado Estados Unidos las bases del llamado Orden Liberal Basado en Reglas, principalmente en los ámbitos de comercio internacional, finanzas globales e inversión extranjera directa. Sin embargo, este conjunto de méritos que ha hecho la actual Unión Europea (UE) corre el riego de degradarse e, inclusive, perderse en algunos casos.

Uno de los mayores desafíos que enfrenta Europa es el de la posibilidad de pérdida de apoyo por parte de los Estados Unidos, sobre todo, a nivel de la OTAN. Durante el Gobierno de Donald Trump, este riesgo se hizo patente de manera muy concreta, y actualmente se refuerza por el llamado “pivot hacia el continente asiático” del gigante norteamericano, proceso que comezó con Barack Obama y lleva ya más de una década y que tiende a reforzarse cada vez más con el ascenso de China como potencial rival de los Estados Unidos. En caso de volver a ser electo Trump, este podría incluso plantear el retiro total de los Estados Unidos de la OTAN. El ex presidente norteamericano ya les había señalado a los miembros europeos de la OTAN su descontento porque los mismos no cumplían su compromiso de dedicar el 2% de su producto interno bruto (PIB) a la defensa nacional, e incluso había planteado que, si las naciones europeas miembros de la OTAN deseaban que Estados Unidos los siguiera protegiendo, deberían pagarle por dicho servicio. Aún más grave, Trump ha manifestado que, en caso de que los miembros europeos de la alianza militar no cumplan con lo pactado, él mismo incitaría al presidente ruso para que invadiera Europa. Esta amenaza es especialmente grave, dado que los miembros del Gobierno ruso han ido reconociendo que la invasión a Ucrania no tenía razones defensivas, sino que es un primer paso para recuperar los territorios del antiguo imperio ruso, varios de los cuales son simultáneamente miembros de la UE y de la OTAN. Ante una eventual guerra con Rusia, sin la participación de los Estados Unidos, las posibilidades de éxito de los miembros europeos de la OTAN son, cuando menos, muy inciertas.

Irónicamente, los problemas estratégicos de Europa son el resultado de su propio éxito, ya que no hubo, con la excepción del conflicto en los Balcanes y la breve guerra entre Rusia y Georgia, guerras en territorios europeos entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la invasión rusa a Ucrania. La dependencia militar respecto de los Estados Unidos ha dejado a los líderes europeos desconcertados respecto a cómo acometer su propia política de defensa.

Si bien la guerra ruso-ucraniana ha provocado la rápida reacción de algunos países para mejorar su capacidad defensiva, como se observó con la entrada de Suecia y Finlandia a la OTAN, no se visualiza una estrategia de defensa autónoma por parte de Europa, deficiencia que genera cada vez más preocupación en los tomadores de decisión europeos. Los países de Europa que sí tienen una visión geopolítica y un enfoque geoestratégico respecto a Rusia son los que se encuentran más cerca de dicho país, pero no han podido coordinar sus estrategias con los países más occidentales (y económicamente más avanzados) del continente. La UE, con sus más de 450 millones de habitantes y siendo la segunda potencia económica mundial, no ha logrado transformar su gran riqueza en poder militar efectivo.

Los gobiernos europeos han intentado suplir su falta de preparación y equipamiento a través de la ayuda militar a Ucrania, ganando así tiempo para el mejoramiento de sus propias fuerzas armadas. Sin embargo, el apoyo europeo a Ucrania es mucho menor que el de los Estados Unidos, país que recientemente otorgó una ayuda de más de sesenta y un mil millones de dólares al gobierno ucraniano. La escala del apoyo norteamericano, si bien aliviana en principio la necesidad adicional de financiamiento y donación de equipamiento militar por parte de los países europeos, genera preocupación ante la eventualidad de que los socios europeos de la OTAN deban suplir la masiva ayuda norteamericana si los Estados Unidos se niega a seguir proporcionando apoyo a Ucrania o, peor aún, decide retirarse de la alianza.

La guerra ruso-ucraniana, más allá del gran esfuerzo de apoyo al Gobierno ucraniano realizado por sus pares europeos, provocó un cisma en las creencias de los mismos respecto a una eventual guerra en territorio de Europa. El paradigma paneuropeo dominante en la gran mayoría de las clases políticas de Europa ha dado lugar en varios países a una reformulación de las identidades nacionales y su relación, en particular con la UE. A la noción de prosperidad compartida a través de un espacio físico sin fronteras efectivas, el desarrollo económico y el aumento de la calidad de vida de los ciudadanos de la Unión, se ha contrapuesto un creciente sentimiento nacionalista, en particular respecto a la seguridad y defensa de los miembros individuales de la organización. Si bien este sentimiento no niega la posibilidad de integración basada, esta vez, en la seguridad y defensa bajo una política europea común, los países con más riesgo de un eventual conflicto armado con Rusia han venido tomando decisiones basadas en su propio rearme. Una proporción importante de los miembros de la OTAN cumplirán este año con el requerimiento de asignación del 2% del producto interno bruto (PIB) a la defensa nacional. En el caso más extremo, Polonia, con una dilatada historia de invasiones y dominación con el antiguo imperio ruso y la Unión Soviética ha elevado el gasto militar a 4% de su PIB.

Desde el punto de vista de la transición de los países europeos, desde un enfoque de integración basado en la prosperidad económica y la estabilidad democrática a uno basado en la seguridad y defensa, está jugando un rol fundamental el cambio de paradigmas en algunos de los principales estados, sobre todo, Francia y Alemania. En particular, Francia, que no aceptó en 2008 la entrada de Georgia y Ucrania a la OTAN en 2008, admisión que muy posiblemente habría disuadido a Rusia de atacar a ambos países, se muestra muy dispuesta a la ampliación tanto de la UE como de la OTAN, enfatizando en particular la importancia estratégica de la admisión de Ucrania a ambas instituciones.

Por su lado, Alemania no solamente se ha mostrado receptiva a la incorporación de nuevos miembros en ambos organismos, sino que se ha planteado un cambio radical en su política de defensa. Luego de haber sido reacio por décadas a cumplir con el compromiso de asignación del 2% del PIB a gastos de defensa, el gobierno alemán se propone llegar a la brevedad a esa cifra, pasando así de ser el séptimo país con más gasto militar del mundo a uno de las cinco naciones con mayor inversión en defensa del orbe. Siguiendo el ejemplo de Alemania, la mayor parte de los países europeos de la OTAN planean llevar sus gastos militares al 2% de sus respectivos PIB este año.

En definitiva, Europa tiene hoy una mirada geopolítica que apunta a lograr convertir su significativo poder económico en poder militar, con la capacidad de elaboración de una geoestrategia centrada en su propio potencial, más que en su alianza histórica con los Estados Unidos. Irónicamente, la posibilidad de una vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca está haciendo que los países europeos se concentren en el desarrollo de su propio potencial en materia de defensa, permitiendo así una capacidad de autonomía militar a Europa de la que carecía al estallar la guerra entre Rusia y Ucrania. Empero, esta renovada capacidad de conversión de poder económico a militar no está exenta de riesgos. Como se pudo apreciar en las recientes elecciones nacionales francesas, así como en las elecciones para el Parlamento Europeo, existen significativas fuerzas nacionalistas en países como Francia, Alemania y Reino Unido, que podrían, de llegar a ser gobierno, oponerse a una mayor integración política, económica y militar de Europa. Depende en gran medida de los actuales gobernantes europeos tomar las medidas necesarias para llevar a buen puerto las actuales iniciativas de mayor integración y autonomía militar de la región.

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