¡Qué papelón el de los líderes europeos! Se mostraron públicamente indignados por las revelaciones periodísticas sobre el espionaje norteamericano a las comunicacione de la Unión Europea y se quejaron de la actitud ilegal y desleal de ese país. Se enteraron de ello gracias a Edward Snowden, un exagente de la Agencia Secreta NSA, que develó el inmenso control informático montado.
Pero, mientras pegaban el grito al cielo a nivel diplomático, se negaban a concederle asilo y protegerlo de la histeria estadounidense. Ya entonces podía decirse que Europa cedía a las presiones políticas y renunciaba al principio de defender la libertad de expresión.
Tal como Tom Hanks en la película La Terminal, de Steven Spielberg, Snowden se encuentra varado desde hace dos semanas en la zona de tránsito de un aeropuerto de Moscú. Justo donde Evo Morales había viajado para participar de una reunión.
Pero lo sucedido con el avión de Evo supera lo imaginable. El rumor –por cierto, increíble– de que Snowden estuviera a bordo de la nave presidencial no fue mínimamente verificado en tierra y generó una gravísima violación a las normas del derecho internacional y la inmunidad diplomática al negar el paso del avión por el espacio aéreo de Francia, Italia, España y Portugal.
Cuando vinieron las excusas y las disculpas, el escándalo ya había alcanzado dimensiones planetarias. Quedaba claro que se atrevían a una medida tan brutal y discriminatoria porque se trataba del presidente de un país periférico y, para colmo, indígena. ¿O se imagina usted al Air Force One pasando por una peripecia similar? Y también quedaba clara la vergonzosa sumisión con la que los socios europeos obedecen las presiones de Estados Unidos.
Tanta docilidad con el país que ha estado espiando secretamente las comunicaciones de su más alta dirigencia política revela que la potencia económica de la Unión Europea sigue siendo una colonia política dependiente de la hegemonía norteamericana.
Mientras la ola de protestas recorre Latinoamérica –hasta Federico Franco y nuestro Senado se vieron obligados a sumarse–, el utópico principio de la igualdad soberana de las naciones se hizo añicos. Y Europa se tapa el rostro.