29 abr. 2025

Examinados al atardecer

Dicen que el ser humano es ese estado de la naturaleza en que esta toma conciencia de sí. Obviamente, es solo una forma de vernos porque la persona es algo más que naturaleza, es un ser subsistente, racional y espiritual, como definían los sabios griegos.

Pero, si algo asombra y estimula la especulación filosófica y la investigación científica, es la capacidad de autoconciencia que tenemos.

Solo considerar que podemos reconocer nuestros pensamientos, sentimientos y evaluar nuestra propia conducta es ya de por sí una maravilla propiamente humana, personal.

Por ejemplo, en este fin de octubre los niños empiezan a evaluarse en los colegios antes de definir si pasan de grado, de acuerdo a si han cumplido o no con ciertos objetivos pedagógicos definidos.

Ciertamente, existen medios objetivos para evaluar logros, pero también está la conciencia en nuestra interioridad.

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De alguna manera, podemos “darnos cuenta” de que hemos hecho bien o mal, de que hemos avanzado o nos hemos estancado, etcétera.

Es muy importante que los educadores den importancia a ese ejercicio moral de examinar a conciencia las cosas. También nosotros los adultos debemos aprender a hacer cuentas con la realidad porque podríamos haberlo hecho mejor, seguramente, nos faltó esto, nos sobró aquello, o lo hemos hecho bien y debemos seguir ese camino.

Es necesario distinguir, clarificar, reconocer, reflexionar sobre nuestras acciones, ideas, motivaciones, conocimientos… De lo contrario, nos convertimos en bestias de carga, de ideologías, de modas, de consumismos, de nuestras propias pasiones desordenadas.

Ir de lo meramente instintivo o automatizado a lo racional, reflexivo y civilizado requiere ser capaces de analizarnos y no andar confundidos o alienados por el mundo, “como Vicente, siguiendo la corriente”.

Hoy está de moda hablar de autoayuda y de autonomía moral, de autoconciencia también. Pero es poco lo que se nos ofrece en el sistema como herramientas concretas para lograr compaginar lo interno con lo externo, la naturaleza con la cultura, lo pragmático con lo ideal...

Falta una verdadera educación de la dimensión espiritual o trascendente –no una capa de invisibilidad o un sentimiento mágico de la vida, mucho menos ideologías que reducen el ser al hacer o sesgan y empobrecen al ser humano–, tener en cuenta la libertad, la voluntad, la inteligencia, la unicidad del yo, que nos permiten actuar a conciencia.

En este tiempo de inicio del fin de año, de evaluaciones formales, de informes laborales, en este tiempo en que también aparecen en el mundo incertidumbres, preocupaciones y penas por fenómenos como el terrorismo, la guerra y la corrupción general, vale la pena recordar aquellos dichos de las abuelas sobre la “conciencia limpia”.

En eso coinciden los clásicos universales con las abuelas paraguayas y los investigadores más prestigiosos de la sicología y la siquiatría actual. Definitivamente, si queremos cambiar el mundo, “debemos empezar por ordenar nuestro dormitorio”. Y esto requiere despertar lo humano entre nosotros.

Decía Kant que la conciencia nos lleva a juzgarnos a la luz de las leyes morales universales, las cuales son su guía.

No robar, no matar, no engañar, no hacer daño. Reconocer la verdad, buscar la belleza, hacer el bien, ofrecer ayuda, retribuir, corregir, agradecer, promover la paz… Todo esto requiere un “yo” despierto, atento y no anestesiado por la mediocridad o por las manipulaciones de los poderes de turno.

Vivimos hoy un momento muy particular, dramático, de fin de época que nos escruta como humanidad.

El día atardece, el año atardece, el mundo atardece y, como decía el escritor místico San Juan de la Cruz, “en el atardecer de la vida seremos examinados en el amor”.

Gran tarea.

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