04 jul. 2024

Exasperantemente humanos

FÓSILES. La semana que pasó hicimos la habitual caminata al borde del abismo, a la que somos tan apegados los paraguayos de tanto en tanto. La inclemente suba del precio del combustible por cuestiones internas y externas puso al país casi de patas para arriba.

Los cortes de ruta de los camioneros, quizás condimentados y soliviantados cínicamente por la salvaje disputa electoral colorada, nos llevaron cerca del desabastecimiento de alimentos y dejaron conatos de violencia que, por suerte, no pasaron a mayores.

Petropar decidió recudir el precio del combustible, y quién sabe cómo cerrarán sus cuentas. Pese a que atiende una fracción del mercado, la decisión estatal aparentemente solucionó el problema. Los emblemas privados cerraron la boca y, como quien no quiere la cosa, algunos siguieron haciendo arreglos dudosos para instalar estaciones de servicios en espacios comunales. Dentro de poco habrá más servicentros que autos.

De lo sucedido, ¿aprendimos algo? La experiencia nos dicta que ni en pedo de esto sacaremos algo productivo. En cualquier otra nación un poco más civilizada se hubiera comenzado a discutir la obscena dependencia de los combustibles fósiles, el absurdo atiborramiento de vehículos en las rutas y calles del país, el torpe uso exclusivo de camiones de gran porte para transportar mercaderías, dejando de lado otros medios como los trenes, y el infame servicio del trasporte público, dominado por una mafia de seudoempresarios paridos hace décadas con la complicidad corrupta de la ruin clase política que padecemos.

Este es un país hermoso con muchos recursos, pero a veces creo que es manejado y habitado por imbéciles.

MALDITA SUERTE. No en balde Brasil es ícono de los novelones lacrimógenos y, a veces, inverosímiles. Tres brasileños protagonizaron una escena digna de Doña Flor y sus dos maridos, aunque más densa. Una joven damisela casada enfiló por las calles de Brasilia. Frenó su vehículo junto a un indigente en una zona marginal. El solitario sin techo rumiaba sus penurias en ese estado dulce entre la locura y el ensimismamiento beatífico. Asomó de nuevo a la realidad cuando la coqueta le lanzó una invitación sin remilgos: “Jugamos”.

El que en ese momento se consideraba un maldito suertudo aceptó el convite con la rapidez de todo caballero borracho por las mieles de la carne. Iba a lamentar luego del guiño traicionero de la quisquillosa fortuna. Se fueron a un lugar oscuro a jugar y no precisamente a las escondidas. Ambos consumaron la pasión con el desparpajo con el que suelen amarse dos desconocidos. Todo era felicidad, hasta que apareció el marido. Era justo un entrenador personal y no dudó en aplacar la furia del despecho en contra del Quijote lujurioso. El hombre quedó peor que el Caballero de la Triste Figura.

El marido –filmado por una cámara callejera– justificó la infidelidad por un ataque de esquizofrenia de la esposa y alegó falsamente violación. La esposa argumentó que vio al marido y a Dios en la figura del indigente. Y que por ello se entregó a sus brazos. Luego del delirio místico ella fue enviada a un siquiátrico, el marido juró amar para paliar el dolor y el indigente fue a un hospicio a contar una historia que pocos le creerían.

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