21 sept. 2024

Exigir mejores oportunidades para los jóvenes del Paraguay

En el Hemisferio Sur se da en estos días el inicio del equinoccio de primavera, que se asocia con el Día de la Juventud en nuestro país. Al Paraguay se lo conocía como un país con una población mayoritariamente joven, lo que le confería lo que se conoce como el bono demográfico. Aquella ventaja ha sido desperdiciada por sucesivos gobiernos que no implementaron políticas públicas para aprovechar esa ventaja. Como resultado, el país hoy le niega a los jóvenes empleo, educación, salud, acceso a la vivienda, a la cultura y la recreación.

Datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) estiman que la población de Paraguay asciende a alrededor de 5,9 millones de personas, de esta, el 25,4% son jóvenes, lo que equivale a aproximadamente 1,5 millones de personas de entre 15 y 29 años. Sin embargo, hace una década, el número de jóvenes en el país alcanzaba al menos el 56% de la población.

Ese fenómeno, denominado bono demográfico, fue una gran oportunidad para el país, ya que esta población tendría un papel muy importante en el desarrollo del país, con las ventajas que brindaba el bono demográfico. Más de la mitad de la población joven podría haber sido definitivo para determinar el rumbo del crecimiento económico. Lamentablemente para ello se deberían haber implementado las políticas públicas necesarias, asegurar la protección social, el acceso a la salud y educación de calidad, lo mismo que al empleo; proporcionar alternativas en cuanto al uso del tiempo libre, asegurar el acceso a las actividades deportivas, recreativas y culturales que son tan importantes para los jóvenes.

Desafortunadamente, en el Paraguay por la ceguera de la clase política, de las autoridades y funcionarios, se ha dejado escapar una gran e irrepetible coyuntura. La realidad de la juventud así nos la demuestra.

No solamente no se ha logrado garantizar el acceso universal a la protección en salud; es más, hoy se debe hablar de datos preocupantes: La tasa de embarazo adolescente, epidemias de VIH/sida, altas tasas de suicidios, índice de accidentes y consumo de sustancias adictivas. En cuanto a la educación, el panorama no se ve mejor. No se avanzó en la cobertura y calidad de la educación media y superior, seguimos teniendo deserción escolar por causas económicas. Paraguay es uno de los que menos invierte en educación; apenas un 3,7% del PIB es destinado a la educación, cuando Unesco recomienda invertir entre 7 a 9,8%, para lograr calidad y frenar la deserción escolar. Esto sin mencionar las conocidas deficiencias en infraestructura que deben soportar los niños y adolescentes que acuden a instituciones públicas.

Los jóvenes paraguayos que se pueden dedicar exclusivamente al estudio sin tener que trabajar son una minoría; el Estado paraguayo no les proporciona bibliotecas, laboratorios, como tampoco infraestructura y posibilidades para la práctica de deportes y así tener la posibilidad de desarrollar sus habilidades. El acceso al trabajo digno también es una barrera, pues abundan los empleos precarios y la realidad del país envía señales desesperanzadoras cuando a nivel político se privilegia a hijos e hijas de políticos con salarios millonarios sin requerimiento de méritos y formación, los conocidos nepobabies. Una encuesta del Banco Interamericano de Desarrollo mostraba quiénes protagonizan los delitos registrados en Asunción y Central; así se evaluó que un 64% son jóvenes de 18 a 25 años y un 23% de 18 años y menos, incluso niños; sumando son prácticamente el 90%. Esto significa que nueve de diez hechos de violencia son cometidos por jóvenes menores de 25 años. Por otra parte, un estudio relacionado con el consumo de drogas arrojó que en Asunción hay 24.000 jóvenes consumidores, de los cuales 20.000 tienen menos de 25 años.

Diversos gobiernos no solo desperdiciaron el potencial juvenil, sino que también construyeron esa realidad que hoy condena a los jóvenes paraguayos a la pobreza y a la marginalidad. Cada vez que una autoridad repita que la criminalidad se incrementó desde que se dejó de cumplir el servicio militar obligatorio, la respuesta contundente la dan estos datos, pero también la fallida labor de una clase política que está legando un país de miseria y desigualdad para nuestros jóvenes.

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