Eran los que aprovechaban las conexiones paternas para construir una carrera en la misma industria. El término ganó aún más popularidad después de que la revista New York Magazine publicara una lista de “nepo babies” del año.
Lo que puede ser lícito en la vida privada, no lo es; sin embargo, en la esfera pública, pues eso afecta la calidad de la democracia, el desarrollo económico y social y la confianza de la ciudadanía en las instituciones.
Y fue, justamente, en el corazón mismo de las instituciones republicanas del Paraguay, el Parlamento, donde se hicieron populares nuestros esperpénticos “nepo babies”, con las rápidas adaptaciones al lenguaje nativo: “nepo loro”, “nepo tóxica”, “nepo chuli” y demás. En realidad, el nepotismo no es nada nuevo. Lo que sorprende un poco es el exceso, el descaro, la falta de límites. Aunque, debemos decirlo, lo habíamos anunciado. El descenso de la calidad política y humana de nuestra representación parlamentaria es irrefrenable y ello trae consigo este tipo de insolencias.
Actúan con un desprecio notable hacia sus votantes y, al llegar al cargo de diputado o senador, se olvidan de todo lo dicho en la campaña y, cual corsarios al abordaje, se dedican a rapiñar con angurria al Estado. Y les hubiera salido casi gratis, si no existieran las leyes que obligan a transparentar la información sobre los funcionarios públicos.
Lo sucedido después merece algunas reflexiones. A algunos de estos chicos y chicas, devenidos en funcionarios públicos sin pasar por concurso alguno, convertidos en “asesores” apenas salidos de sus colegios, con 18, 20 años, sin experiencia alguna, les ocurrió algo inesperado.
Se encontraron con una eventualidad que suele poner nerviosos a políticos avezados y conocedores de todas las mañas del oficio: Tener que enfrentar a periodistas ansiosos por preguntarles cómo llegaron allí. Pero no, ninguno tembló. Me sorprendió la frialdad e indiferencia de estos chicuelos. Miraban a las cámaras con una mezcla de desprecio, superioridad y hastío. Hasta parecía que ellos eran los que estaban molestos con tantas preguntas.
Después vimos y escuchamos a sus padres y madres tratando de explicar lo que no era explicable; ellos sí un poco más nerviosos, trastabillándose en las disculpas, algunos anunciando renuncias.
Los “nepo babies” tienen la cara muy dura porque fueron criados así. No les parece mal lo que hacen. Están sorprendidos por ser criticados. Ese es el mundo en el cual crecieron. Su padre o su madre –con frecuencia, ambos– se enriquecieron gracias a la política. La política sirve para eso. Si son de familia colorada han visto como los nombramientos en cargos públicos se deciden por influencias partidarias. Si son de otras carpas habrán visto los beneficios que reporta el mensalão. Estos chiquillos son el futuro. Son los concejales y diputados del mañana.
Los “nepo babies” se creen con derecho a ganar salarios que duplican al de un decano universitario sin saber nada, porque nadie los ha puesto en su lugar con una saludable puteada. Fíjese que el presidente del principal partido opositor, el doctor Hugo Fleitas, se ha referido al tema con una tibieza conmovedora. El fiscal general del Estado, Emiliano Rolón, no emite opinión ni toma acción alguna y Santiago Peña considera que no se viola ninguna ley y solo se trata de una cuestión de interpretación moral.
Me resisto a creer que nos espera un futuro de “nepo babies” en el poder. Por más caraduras que sean me tendrán siempre como enemigo irreconciliable. Por lo menos les diré las cosas de frente: ¡El nepotismo a estos niveles es cosa de puercos!