No basta leer una vez la carta del papa Francisco sobre los abusos sexuales a menores. Y mucho menos quedarnos indiferentes a ella o contentarnos con condenar a los culpables. Hay que releerla despacio.
Ante todo hay que agradecerle la dureza con que escribe. Al tema lo califica de “crimen”. Afirma que “nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón”. Nos urge a condenar con fuerza “estas atrocidades que nunca prescriben”. Asume con vergüenza “que no acudimos a tiempo”. Implementa la “tolerancia cero”. Acusa como causa al “clericalismo”.
Quiero llamar la atención sobre un aspecto que nos toca a todos los seguidores de Jesús (desde el Papa al último bautizado, por lo tanto a usted y a mí): como cristianos somos parte de una comunidad, de una familia , de un pueblo. Y añade Francisco: “Nadie se salva como un individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales en la comunidad humana”.
Y saquemos todas las consecuencias de esto. ¿Hemos hecho una oración por este hermano nuestro que ha fallado en grande no dominando su sexo? Llamados a ser luz del mundo, ¿nos duele como comunidad cristiana el daño del mal ejemplo que hemos dado. Daño terrible por tratarse del abuso de un menor y de un sacerdote como culpable, pero existen otros daños como dejarlos morir de hambre y enfermedades, la trata organizada, las guerras que los están destrozando hoy mismo en Gaza y Siria, el trabajo esclavo de niños y de criaditas, el dejarlos sin horizontes de vida por lo que entran en la droga, etc… No todos los causantes son cristianos, pero también los hay entre nosotros. Capaces de comulgar al mismo tiempo de ser consumistas en un Paraguay empobrecido.

“Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión”, reza Francisco, “y de luchar con valentía”. Amén.