Mientras se dirigía a una multitud de jóvenes en Nairobi, Kenia, el 27 de noviembre de 2015, el papa Francisco hizo una pausa y dijo: “Les voy a contar una confidencia. Yo en el bolsillo llevo siempre dos cosas: Un Rosario para rezar y una cosa que parece extraña, que es esto”.
El rosario no necesitaba explicación, pero lo otro sí. Por eso el Papa añadió, mientras levantaba en alto ese extraño objeto: “Esto es la historia del fracaso de Dios, es un Vía Crucis, un pequeño Vía Crucis”.
Tengo que confesar que cuando pude ver en un video esta escena me emocioné casi hasta llorar. Porque ese pequeño Via Crucis se lo regalé yo el sábado 11 de julio de ese mismo año, cuando vino a visitarnos a Paraguay.
Francisco me recibió unos minutos, a solas, en la Nunciatura. Fue un momento muy grato que aproveché para entregarle ese precioso Vía Crucis que tiene talladas en miniatura las catorce estaciones. Al Papa le encantó, y mientras lo depositaba en su bolsillo, me dijo con agradecimiento y emoción: “A esto me lo quedo”.
Luego he podido comprobar que lo conservó siempre. Y más todavía: En aquella confidencia que hizo a los jóvenes africanos, agregó lo siguiente: “Con estas dos cosas, me arreglo como puedo; gracias a estas dos cosas, yo no pierdo la esperanza”.
Con ese gesto, el Papa señalaba en realidad lo que era el motor de su vida: Su amor a Cristo y su amor a María. Dos amores inseparables que marcaron su existencia y constituían la fuente de su entrega a los demás.
Recuerdos entrañables
Dios nos regaló un Papa que amaba tiernamente al Paraguay. Lo pudimos comprobar en julio del 2015, en aquella breve pero intensísima visita que hizo a nuestro país.
Recuerdo, por ejemplo, que en marzo de 2015, poco antes de venir a Asunción, coincidí con él en Roma en una audiencia pública y le ofrecí un tereré. Lo tomó con gusto, y la foto del Papa con la guampa en la mano recorrió el mundo. Un “minigesto” que estuvo muy lejos de ser trivial: Era la expresión de su cariño por el pueblo paraguayo.
Entre las tantísimas virtudes que saltan a la vista de este gran Papa, quisiera dar testimonio de una que me toca muy de cerca: Su capacidad de amistad.
De mi parte, puedo testificar lo siguiente: Que el Papa sabía cuidar a sus amigos. Yo lo conocí en el 2010, en Buenos Aires. Y por diferentes motivos, lo seguí tratando con cercanía hasta hace muy poco: Fueron quince años en que me sentí arropado y sostenido por un padre.
Siempre me sorprendió su capacidad para contestarme las cartas y mensajes que le he escrito. En el 2020, en medio del aislamiento de la pandemia, le escribí mi primera carta.
Las enviaba por mail, a través de su secretario, quien imprimía mis líneas y se las pasaba al Papa.
Y Francisco, el mismo día, o a más tardar al día siguiente, me respondía a mano. A continuación, el secretario tomaba una foto de ese manuscrito y me lo remitía por mail.
Esta “línea directa” con el Papa ha sido, para mí, una bendición que siempre llevaré en el corazón.
Una bendición a la Albirroja
Francisco, además, era muy humano y sabía ser bromista. En octubre del 2021 le escribí para contarle una novedad importante: Me despedía de Buenos Aires y volvía a radicarme en Asunción para desempeñarme como Vicario del Opus Dei en Paraguay. Y ante el nuevo desafío le suplicaba que me ofreciera orientaciones o sugerencias.
Me escribió alegrándose de que vuelva a este país que lleva tan adentro de su corazón sacerdotal y, al parecer, juzgó que no necesitaba consejos, porque se limitó a indicarme: “¡No te empaches con chipa!”.
Y en otra ocasión, a mediados del 2021, me pasó que fui yo quien tuve que suspender una reunión con él. Habían pasado ya 45 minutos y el Papa me dedicaba su tiempo como si no tuviera agenda, como si fuéramos parientes o amigos de toda la vida. A mí, que tengo claro que no merecía semejante trato, me pareció que no podía aprovecharme de su bondad y le dije que ya era hora de retirarme.
En la última reunión que tuve con él le llevé una remera oficial de la Albirroja, que bendijo con mucho cariño y la firmó. Luego, a mi vuelta, se la traje a los jugadores de la Selección: Tuve la satisfacción de poder entregarles, junto con esa remera que ahora es una reliquia, la bendición del Vicario de Cristo.
Si el Papa quería tanto al Paraguay, ahora desde el Cielo seguramente nos querrá más. Y nos ayudará para que seamos buenos cristianos y buenos ciudadanos, buenos hijos de Dios y de la Iglesia, y buenos hijos de nuestra querida patria.