Pasaron los primeros seis meses del nuevo Gobierno y la sensación instalada es la de un vehículo que se desplaza con el freno de mano activado. Se mueve, pero muy lento para las urgencias del país; pretende saber su destino, pero envía señales confusas, repite como un mantra las expresiones “institucionalidad, transparencia y eficacia”, pero no logra su propósito. Elige a muchos de sus colaboradores con absoluta certeza de que fracasarán porque ya han fracasado con anterioridad. Trata de contentar a todos y esa es la mejor manera de no lograr los objetivos. Gobernar es descontentar. El Gobierno de Abdo debe acelerar la marcha y para eso deberá hacer algo más que culpar al gobierno que se fue.
A la percepción de un presidente que no sabe lo que quiere, se suma el accionar de su entorno, que parece jugar su propio partido lejos de una idea de equipo que tenga un mandato claro. Los temas urgentes no son abordados con claridad y el tiempo para los recién llegados se acabó. Deben hacer lo que debieran o dejar paso a los que saben el cómo llevar adelante las cosas. Se percibe una sensación extraña de disfrutar de la erótica del poder sin ninguna de sus responsabilidades, cargas y compromisos. Es como si la administración se redujera a los viajes, los cortesanos y las denominaciones de “señor presidente” o “señor ministro”. Gobernar es mucho más que eso y si no lo hacen pronto, los pendientes se acumularán tanto que no habrá manera de remontar. La mejor muestra de la falta de vitalidad y entusiasmo son los comicios, cualesquiera sean ellos para entretener a un auditorio que los votó no para eso, sino para que hicieran mejor la tarea que el gobierno anterior o a la oposición a la que derrotó. Esta tampoco aprieta la marcha ni hace sentir su aliento al cuello de la administración contentándose con el desgaste natural que tiene cualquier gobierno y este, aún más.
Los frenos vienen de adentro. Varios nominados en cargos importantes no se deben a quien los nombró, sino a quienes se creen con derecho de disponer de los espacios de poder o de las coyunturas. No están puestos ahí porque sean capaces, sino solo para que no se enojen. Saltan los descontentos y el discurso oficial es dubitativo y confuso. Quintana pretende ser electo intendente desde la prisión y nadie expresa desde el movimiento oficialista que eso solo dañará aún más la pobre institucionalidad del Municipio del Este.
Se habla de respeto a la institucionalidad y se premia a Velázquez, que dirigió la asonada contra la Constitución, o a Nicanor Duarte Frutos, que se levantó contra ella pretendiendo jurar como senador activo. Estos mensajes son por lo menos desconcertantes y demuestran con claridad que no hay idea de conjunto y menos, destino.

La crisis principal del Gobierno es no saber a dónde quiere ir y, por lo tanto, todos los caminos le son irrelevantes.
Existe claramente una crisis de destino en el Gobierno de Abdo que solo preanuncia mayores crisis en puertas y sin equipo para resolverlas.
Hay que levantar, animar, entusiasmar, comprometer y responsabilizar a este Gobierno que llegó a caballo de la gran bronca ciudadana contra el gobierno de Cartes convertido por sus grandes errores en su principal jefe de campaña. No es suficiente querer, hay que hacer, y para eso debe bajar el freno de mano que le impide desandar primero y hacia un destino que se sepa... después.